Diez con diez


El reloj del carro marcaba las diez con diez minutos, pero en realidad eran las diez con veinte, pues, por mala manipulación la hora quedó con ese retraso, aunque el dueño del auto jura que colocó bien los números y ha tejido una teoría sobre la dilatación del tiempo. Dice que le sucede cuando conduce durante la noche, cuando pierde la conciencia de sus actos y aparece de pronto en casa o en el trabajo sin tener un recuerdo aparente de dónde transitó con anterioridad. Dice que el reloj mantiene la misma hora, es decir que el reloj detiene su tiempo cuando él se pierde y por ello se ha retrasado varios minutos. Al inicio, insiste, eran dos minutos. Luego, el tablero digital marcaba cinco minutos de retraso. Un misterio, comentó, pues no recuerda siquiera tener lagunas mentales o la sensación de tenerlas. Luego, llegamos a los ocho minutos. Una marca misteriosa que se mantuvo por mucho tiempo. Hasta esta noche cuando la hora marcaba las diez con diez, pero en realidad eran las diez con veinte. Dos minutos, ¿qué pasó con esos dos minutos? Mientras conduce con velocidad hacia casa tiene la certeza de saber dónde quedó ese tiempo que perdió, esos dos minutos. Pero no sucedió en el auto. Quizá el reloj del auto sea el único reloj que se detiene mientras todos los demás continúan su marcha. Sea por la razón que sea, le da a nuestro protagonista la excusa perfecta para huir de la casa de sus suegros y buscar paz en su hogar. Él asegura que perdió esos dos minutos cuando vio a la chica.

Faltaban dos minutos para las diez cuando pasó. Recuerda muy bien el tiempo pues veía en la pantalla de su celular. Era tiempo de marchar. Una pequeña fiesta de cumpleaños había terminado. El pastel estaba a medio terminar sobre la mesa. Ya no había más que beber en el hogar, así que los presentes tomaron café, comieron tamales y cantaron el japy berdey. Él y su esposa estaban en esa casa, la casa donde ella creció. Los padres de ella eran los únicos presentes en la velada. Los demás hermanos vivían sus vidas en otros lugares. Las fotografías en las paredes recordaban la ausencia de los presentes. La felicidad y la tertulia se mudó del comedor hacia la sala. Prendieron el televisor. Las noticias. Sonaba el murmullo de los titulares del telenoticiero cuando el teléfono marcó las veintiún horas con cincuenta y ocho minutos. En ese momento, los ojos de nuestro protagonista se perdieron hacia la inmensidad de la oscuridad que reinaba en un pasillo lejano. Un vestido blanco paseó de un cuarto a otro. Una chica. Joven y bella, de cabello ondulado y castaño caminó con parsimonia. Atravesó su mirada, destruyó su paz, su quietud, apagó su aliento, se robó sus pensamientos, dejó intacta la razón, y le permitió adentrarse en esa puerta para verle de cerca. Él jura que se lo comentó a su esposa de inmediato, pero en su cabeza se tejen recuerdos amorfos, donde la ve a ella arrancándose la ropa y dejando una figura esbelta y llena de llagas vivas, sangrantes, engusanadas. Jura que no vio nada, que acto seguido de verla, decidió que era momento de marcharse. Feliz noche, nos vemos otro día, se cuidan, adiós, un abrazo… Pero su mente le dice que él fue quien tomó el cuchillo y cortó sin piedad a la chica que abría sus piernas para dejarse penetrar por la locura, pero siente que no fue del todo así y que recuerda el abrazo de su suegro, el beso a su esposa y hasta el encendido del auto en dos minutos donde su mente le taladra la imagen de una joven bella que moría entre sus brazos mientras le arrancaba el camisón blanco y la sentía estremecerse de dolor. Pero no fue eso lo que pasó, los dos minutos le dicen que ella en realidad le robó parte del aliento, cortó en trozos su alma y comenzó a devorarlo mientras la perseguía en medio de la nada, entre las habitaciones que se hacían eternas y las luces de los cuartos se encendían y apagaban con velocidad. Estaba mareado y repetía sin cesar el delirio que la chica de blanco le lamía en la oreja. Recuerda con mucha confusión que la joven que caminó hacia el otro cuarto le narró un secreto. La desdicha de una verdad que no puede recordar. Un mal tan intenso que se coló en su vientre y siente el dolor cuando alguien la puede ver. Él la vio y jura que le dijo a su esposa que en ese lugar donde no había nadie, una mujer cruzó y caminó despacio hacia la habitación de uno de los hermanos que vive su vida en otro lugar. Él se acercó para ver y luego, de inmediato se marcharon. Todos los relojes marcaban las diez con veinte. Excepto el del auto, el que no quería ver. Ese marcaba las diez con diez.