Jugo y Viaje

Una de sus piernas caía del sofá como muerta, la otra descansaba sobre el sillón que me parecía más rojo que de costumbre. Yo esperaba a que ella recobrara el aliento y me diera la siguiente orden. 

Yo estaba parado frente a ella, nos mirábamos a los ojos, yo sabía que se sentía feliz, yo me sentía feliz, y sin decirlo nos reímos mucho. De pronto ella se puso seria y me señaló el piso con el dedo índice derecho; nunca había visto una piel tan luminosa.

Asumí mi posición, por un segundo pude ver en el techo una mancha con forma de búho, pero una imagen de la belleza cubrió todo mi panorama visual. Podre ver su hermosa piel rosada, los pliegues húmedos y el nacimiento de microscópicos bellos en el contorno de la ingle.

Ella lentamente (a propósito, porque le gustaba hacerme esperar) buscaba la posición adecuada sobre mi cara, sobre mi boca, una posición que me asfixiara únicamente lo justo y suficiente.

Controlaba su peso con las rodillas sobre el piso, durante alugnos segundos dejaba caer su peso completo para impedirme la respiración, segundos maravillosos. Después el vertiginoso ir y venir fue todo lo que existía en el mundo.

La entrada sideral a su universo sobre mí. Me tragó y me volvió a parir dos, tres, veces.

Después de un corto silencio ella se acostó a mi lado, encendió un cigarro mentolado, los cuales detesto, pero ella ponía el cigarro en mis labios, mis labios rozaban sus dedos fríos, el tatuaje en su mano me vuelve loco. Fumamos en silencio; En la calle pasó un carro a toda velocidad haciendo rechinar las llantas sobre el asfalto. Quiero que llueva me dijo ¿Aquí? ¿Ahora?  Pregunté aunque ya sabía la respuesta.

Presioné el botón fucsia y la lluvia nos empapo hasta inundar la sala, nos subimos al sofá rojo, usamos nuestros dedos (y por momentos nuestras lenguas) como remos, en quince minutos habíamos llegado al mar.

Nos paramos frente a él y empapados nos besamos muy suave, su boca sabía a gajo de limón con granitos de azúcar.