Mozote

De los pocos amigos de infancia con quienes todavía tengo alguna comunicación están Oscar (Alias Mamá); el apodo viene de un desafortunado incidente cuando lo vimos todos huyendo de alguien que quería pegarle, llegó somatando la puerta de su casa gritando ¡Mamá, mamá! El segundo es Alfonso (Alias Poncho). Estudiamos juntos, jugamos juntos en algún momento trabajamos juntos y pasamos por varios desmadres.

Pero esta historia no va ni de Mamá ni de Poncho, Sino de Alex (Alias Mozote), a quien me presentaron tiempo después. Al principio solo escuchaba que decían “Mozote aquí, mozote allá”. Un día me ganó la curiosidad y les pregunté: ¿quién es mozote? ¿No lo conocés? Contestaron preguntando. Vive aquí en la colonia, es contemporáneo, es medio loco y bien pegoste, si viene aquí es capaz que ya no va a salir. Pero igual es bueno para reparar computadoras y para los videojuegos, si querés lo traemos, pero que conste que te advertimos.

En ese tiempo yo atendía un café internet, en su tiempo de apogeo me tocaba lidiar con mucha gente, dieciséis computadoras, patojos huevones pidiendo que les hiciera su tarea y se ponía estresante; habían virus, fallas de sistema, discos duros. En ese tiempo tenía una computadora con un error de disco que me sacaba de casillas. A los pocos días apareció Mamá y Poncho con el mentado Mozote.

Alex, Maco, Maco, Mozote. Que ondas, mucho gusto, aquí pasándola. Seguido de plática aleatoria de cosas de nerdos: computadoras, videojuegos, tarjetas de video, sistemas operativos, Mamá interrumpió diciendo que yo tenía esta compu con un problema de sistema, Mozote dio un vistazo a su alrededor y dijo que si yo quería le podía dar un vistazo un día de estos.

A los pocos días apareció Alex, con un estuche de herramientas y discos con distintos instaladores. Me preguntó dónde estaba la computadora que estaba fallando, se la señalé y se puso a trabajar.

Entonces entendí lo del apodo: Alex se afeitaba toda la cabeza, y después de algunos días cuando le empezaba a salir el pelo y la barba parecía que estaba lleno de pequeñas agujas, lo que le daba el aspecto como del Pinhead de la película de miedo, o para ponerlo en chapín, parecía mozote.

La computadora funcionó a la perfección, Mozote me enseñó el truco, los programas y  comandos que había usado para repararla, cosa que me fue muy útil después. No me cobró, me dijo que si alguna vez necesitaba algo que lo llamara y con mucho gusto podía llegar.

No tardó mucho en regresar al local, quería ver cómo seguía la máquina, todo bien, se quedó platicando un buen rato, empezó a llegar más seguido y a quedarse cada vez más tiempo, saltaba a ayudar a quien lo necesitara sin esperar un pago, aunque eventualmente le ofrecí una ayuda por el trabajo que hacía. Es cierto, era pegoste, pero hasta entonces no había tenido problema con él.

Una tarde estaba yo haciendo un levantado de texto, hablábamos de cualquier bobada, empezó una frase y se quedó a medias, levanté la mirada para ver qué había pasado y lo encontré con la mirada fija en la nada, la boca entreabierta, pensé que estaba bromeando conmigo.

- Cht, vos.

No hubo respuesta.

En el fondo supe que algo no andaba bien, había visto ese tipo de expresión alguna vez en alguien justo antes que le diera un ataque de epilepsia.

Se quedó así un rato, pensaba que en cualquier momento iba a azotar el piso convulsionando, pero no, lo que pasó después fue que se levantó y empezó a buscar algo, encontró la puerta del baño, abrió, vio adentro, la cerró, entonces me levanté y le pregunté si estaba bien.

- ¿Y mi mamá? Ya me voy, ¿ya nos vamos? ¿Ya vino mi mamá?

- Alex, soy Marco, estás en mi local, ¿Estás bien?

Alex puso cara de confusión, le tomó un tiempo volver a la realidad, al final me vio y dijo “ah, me dio un episodio... ¿no hice nada raro?”

Resulta que mamá y Poncho ya sabían de los episodios de Mozote. Los dos rieron cuando les conté el susto que me dio, ellos le llamaban “la garrotera” solo que no se le quitaba con un salpicón de agua. Hace tiempo que Mozote había caído con neurocisticercosis, aunque ya estaba controlado, había quedado con algunos efectos secundarios como presión baja permanente (siempre tenía una coca cola en la mochila) y esos pseudo ataques de epilepsia que le daban.  La mamá de Alex tenía una carnicería y no le iba mal, Alex había aprendido algo del oficio, pero por obvias razones era un riesgo. Se imaginan que estuviera haciendo un corte y le daba una de sus garroteras, era peligroso. Por la misma razón tampoco podía manejar y no le llamaba la atención tener un trabajo de oficina. 

Por lo demás, la mamá lo consentía bastante.

La primera vez que fui a su casa para una LAN party (llevábamos nuestras laptops para conectarlas a su red y jugar cosas como Quake arena, Unreal Tournament, Warcraft, Counter Strike y cosas así) me di cuenta que su cuarto estaba pintado todo de negro, tenía una bestia de computadora ensamblada por él mismo (el orgullo de un nerd es armar tu propia máquina a tu gusto). Varios discos duros y otros componentes para reparar, me di cuenta que la razón por la que iba conmigo no era porque le hiciera falta la plata, sino mantenerse ocupado.

No desayunaba ni cenaba, pero comía como si no hubiera mañana en el almuerzo. Una vez lo vimos zamparse diez milanesas acompañadas de una bowl entero de ensalada de cebolla, que no era otra cosa que rodajas de cebolla aderezadas con mayonesa. Cuenta la leyenda que lo invitaron a un almuerzo en un restaurante tipo buffet, y le tuvieron que pedir que dejara algo de comida para el resto.
Sus episodios le daban tal vez una vez a la semana, pero tenía un cierto patrón: primero se quedaba quieto con la mirada perdida, después se levantaba y buscaba una puerta, nunca entendí eso de las puertas, se aferraba a la primera puerta que encontrara e intentaba abrirla, al hacerlo entraba y seguía buscando algo. Siempre preguntaba por su mamá, cuando estaba fuera de su casa preguntaba si ya iba a venir su mamá por él, cuando estaba en su casa decía que ya se iba a dormir, se acostaba y se tapaba aunque estuviéramos a medio juego, cuando eso pasaba dábamos por terminada la partida, guardábamos todo y nos íbamos.

Eso de las puertas provocaba que se metiera en situaciones vergonzosas. Una vez estábamos comprando en una tienda de electrónicos, le dio la garrotera y la primera puerta que encontró fue la de una sala de juntas, tuve que perseguirlo y sacarlo de allí ante la mirada de sorpresa de todos los que estaban allí. Otra vez me acompañó a devolver unos DVDs al Blockbuster, le dio el ataque en el estacionamiento del comercial, un señor estaba estacionando su auto a unos metros y esa fue la primera puerta que encontró. Mozote estaba frenético tratando de abrirla, el señor con terror en la cara y yo jalando al primero y disculpándome con el segundo.

Con el tiempo me casé, dejé el café internet y trabajé en otros lugares, Mozote me llamaba por teléfono y me contaba puros chismes, con aquellos decíamos que parecía traída, parecía que no quería colgar, hablaba cualquier cosa, cuando se iba acabando el tema solía decir “pero ni modo”, luego un silencio incómodo y luego un “pues sí” para cucharear otro tema. La verdad es que me aburría y algunas veces tuve que cortarlo diciéndole que me tenía que hacer algo o que tenía otra llamada y tenía que atenderla.

Claro que las llamadas fueron cada vez menos frecuentes. Cuando nació mi hijo me decía que le mandaba saludos a su sobrino, luego el saludo era para los sobrinos, decía que a ver quería ver a mi familia y platicar. De esos “algún día” que sabemos que nunca van a llegar.

Pasaron varios años, una tarde recibí una llamada de Mozote, entre saludos y las preguntas de cajón de cómo hemos estado empezó: “mira, te quería contar, me van a hacer un tratamiento experimental. Lo que pasa es que ahora ya no muy me está haciendo efecto el medicamento que tengo y van a probar con otro tratamiento.” Me acordé que mencionó fenobarbital y otro medicamento. “Entonces van a probar con otras cosas, de hecho hasta mucho he aguantado, podrías decir que soy un milagro viviente, tengo ciento treinta quistes en el cerebro… pero ni modo… ya veremos”.

Esa última frase me dejó de piedra.

Traté de darle algo de ánimo, que las cosas iban a estar bien,  sinceramente no se me ocurrió gran cosa, al rato volvió a hablar trivialidades y tuve que mentir diciendo que tenía un pendiente y me tenía que ir, “va pues, saludos a los sobrinos”.

A los pocos días recibí un mensaje en el teléfono “Disculpe Marco, soy la mamá de Alex, le cuento que falleció”.

En el funeral me encontré con Mamá, últimamente las relaciones entre Mamá y Poncho se habían deteriorado hasta el punto de dejar de hablarse. El diagnóstico fue de cáncer cerebral, no existía tal cosa como un tratamiento experimental, solamente que habían ido de médico en médico buscando una segunda, una tercera opinión, solo para que después de muchos exámenes todos llegaran a la misma conclusión y que solo era cosa de esperar el desenlace. En sus últimos días Alex casi no comía y le molestaba mucho la luz, ahora en lugar de sus garroteras perdía el conocimiento por completo desplomándose por completo donde estuviera.

Entonces pensé que cuando me llamó él ya sabía lo que le estaba pasando y solo quería despedirse.