LA ESPERANZA

 II

Los jueves y domingos eran días de partido. Toda vez se juntaran al menos diez para hacer equipos de cuatro más un portero. Para darle un toque de formalidad hacían los tiempos de treinta minutos. La opción del mediodía era generalmente desechada primeramente por el calor sofocante y su consecuencia inmediata: el sueño. En cambio, el fresco de la noche era ideal para correr tras la pelota, aunque de cualquier manera terminaran empapados de sudor no se deshidrataban tanto como lo habrían hecho bajo el sol. Todos se conocían de toda la vida; desde Fito Martínez, quien vivía en un ranchito de madera casi en el borde del pueblo, cerca de la quebrada, hasta Oscar Cuéllar, el hijo de los dueños de las Delicias, quien dejaba su pickup estacionado a la orilla de la cancha con el radio disparando música de banda a todo volumen para amenizar. No era raro que llegara Chus Pellizco a ver los partidos y a estirar la mano con su “please, four five” o peor, la Virginia, la otra loca del pueblo. Todos tenían algún sentimiento en contra de la Virginia, el que menos, respeto, el que más, pavor de que le diera una somatada si lo agarraba de malas. Por lo general cuando llegaba la Virginia todos se quedaban callados, cualquier grito o palabra podía ser vista como una amenaza.


Edgar se preguntaba si la pastelería en realidad daría lo suficiente para que los Cuéllar se dieran esa vida. Es cierto que a diario vendían bastante y que los pasteles eran cotizados en el área, pero sentía que algo no cuadraba. A veces las malas lenguas hablaban de que no era posible que ellos hubieran progresado tanto solo con la pastelería, pero para Edgar esos eran puros chismes de viejas envidiosas.


Una mañana, don Mundo iba caminando por el pueblo y se encontró con algo interesante. En la vitrina del único café internet del municipio exhibían fotos restauradas. Un rótulo prometía devolver fotos antiguas a su estado original, el cliente podía elegir entre blanco y negro, tonos sepia o coloreadas. Pagando el precio correspondiente por supuesto. Irónicamente la mayoría de solicitudes eran para eliminar personas indeseadas. El viejo tenía un retrato con su padre, Eduardo, papa Guayo de cariño, vestido  bien elegante con traje de levita sosteniendo a un Edmundo de alrededor de un año, con un vestido bordado y gorrito. Dicha reliquia había permanecido guardada celosamente, pero la polilla y una mancha marrón atravesando la imagen en diagonal,  que no sabría decir si eran los químicos descomponiéndose o algún accidente con café, amenazaban su existencia. Don Mundo dudó por algunas semanas hasta que al fin se decidió y la llevó, le pidieron un anticipo y que esperara unos tres días. Esperó un par de días más por aquello de las dudas y le dijo a Edgar que fuera por ella.


Iba ya de regreso, parado en la esquina metido en sus pensamientos, a lo lejos escuchó una música a alto volumen pero no le puso mucho coco, pero el frenazo y la bocina lo volvieron a la realidad casi de un brinco. Era Cuéllar.


-¿Qué onda, qué hacés?


- Nada, un mandado nomás


- Subite, vamos a dar una vuelta.


Con la confianza de un familiar lejano, Edgar se subió al pickup, Oscar aceleró y giró en la esquina. La casa de Edgar no estaba tan lejos, parecía que darían una vuelta por el pueblo para hacer un poco de tiempo,  le bajó el volumen al radio para poder conversar.


- Mira pues, nos juntamos para jugar fut y hablar muladas pero tenemos rato de no platicar, no te jode, ¿cómo está tu mamá, tu abuelo?


- Pues pasándola vos, sobreviviendo como se puede.


- Ya no sacaste carrera verdad, pero les estás ayudando con la tienda.


- Sí vos, ahí vamos, hay que ver qué se hace.


- Me acuerdo cuando llegaba con doña Amanda de patojo a comprarle vos, que ricos los helados, ¡los de coco jajay!


- Son buenos, cuando querrás te invito.


- Pero vos no sos tonto, me acuerdo que sos bueno para las cuentas, nunca te equivocadas con los vueltos ni nada de eso. ¿Qué te pasó, vas a seguir con la tienda cuando ya no estén tus viejos? – Dijo Oscar ya en un tono algo más serio.


- Las patojas, las salidas con los cuates, no sé, ya no me dio la cabeza, aunque te digo, sí me gustaría hacer otra cosa tal vez, otro tipo de negocio, aprender a hacer otra cosa, incluso,  – Edgar tosió y se aclaró la garganta nervioso – estaba pensando pedirte trabajo de repente.


- ¿Ah sí? - Se estaban acercando a la casa de Edgar, Oscar se quedó pensando unos segundos viendo al frente. – Va, hagamos esto: tengo que hacer unos negocios y de repente me buscás la próxima semana, pero en serio; acordate que te conozco desde hace tiempo, sos mi cuate y te tengo confianza, ya veremos qué podemos hacer.


Edgar se despidió con una sensación de esperanza y de quitarse un peso de encima. Entró a la casa con una sonrisa y le entregó el sobre a don Mundo. Doña Amanda se acercó también para ver. No solo habían escaneado la foto con alta resolución, hicieron una ampliación de ocho por diez pulgadas, el traje de papa Guayo había sido prácticamente reconstruido, le agregaron color, camisa blanca, saco negro y una corbata de cinta. El vestido del joven Edmundo de color celeste, todo con solo un poco de difuminado para mantener la sensación de antigüedad.


Don Edmundo estaba maravillado. “No, si mi tata era elegante, bien parecido, mirá nada más ese bigotón y esos ojazos azules. Cuando nos asentamos acá en San Miguel era persona importante.” Y dirigiéndose a Edgar, en un tono más de reprimenda “Mirá vos patojo, te hubieras puesto las pilas y podrías haber aprendido a hacer esto, te aseguro que ésta gente está haciendo billete, pero te ganó la pereza”.


Edgar se sintió algo mosqueado, pero se sentía muy bien como para discutir. Tenía una oferta, aunque no quería decir nada hasta que el trato con Oscar se hubiera concretado. Don Mundo se fue a su cuarto a buscar entre sus cachivaches algún marco para poner la foto y colgarla en algún lugar prominente en la sala.


Doña Amanda reía y le habló en tono confidencial a Edgar. “Ay mi papá ya tiene nublada la memoria. Yo recuerdo a papa Guayo pero no tenía nada de elegante. Ese traje fue el único que le conocí en toda su vida y se lo ponía para cualquier boda, bautizo o lo que fuera de celebración importante. De allí pasó toda su vida con ropa de arriero y oliendo a caca de vaca.”  Pero tampoco quiso desaprovechar la oportunidad de tirarle su pedrada. “Ahí ve vos si querés terminar así también, a como va la cosa en lugar de progresar vamos para atrás”.


Edgar se tragó cualquier posible respuesta. Ya vería qué le podían ofrecer, tal vez un puesto de aprendiz, algo que lo sacara de la rutina, que pudiera servirle a futuro.


Edgar sinceramente pensó que la oferta de Oscar era para trabajar en la pastelería.


PALABRAS SOBRE LA RETAGUARDIA

 Juan C. Jota

    En un país en el que todo está patas arriba y el arte no tiene pies ni cabeza y los artistas no son la avanzada de nada, situarse voluntariamente en la retaguardia puede que sea la única alternativa sensata de cara al gran vacío que se ha instalado en la vida de cada quien y de la sociedad guatemalteca en su conjunto.

    En ese contexto, el concepto de retaguardia no alude, sin embargo, a los que simplemente se quedan atrás del frente de batalla sino al contingente estratégico que hace posible que exista tal campo de batalla, que exista guerra y que exista resistencia.  Cuando en el frente todo se ha perdido, la fortaleza de la retaguardia logra que las tropas se retiren en orden en vez de huir en vergonzosa desbandada; también logra que se resguarde lo ganado, se renueven las fuerzas casi agotadas de los combatientes y se organice una resistencia inteligente y efectiva desde la cual se puede continuar la guerra.

    En estos momentos en que el gran vacío se ha instalado en la vida de cada quien y de la sociedad guatemalteca en su conjunto, la guerra que se libra tiene que ver con el sentido de la vida, del arte, de la política, la religión, etc., tal como se practica en nuestros días.  De allí que este grupo de artistas, escritores, músicos, actores, artistas visuales, se haya organizado bajo el concepto de retaguardia, aparentemente menos ruidoso, estelar y legendario que el de vanguardia, y desde allí organicen otras maneras de socializar sus creaciones, precisamente en el momento en que las vanguardias y su arte, absorbidas por el mercado, hace ya mucho tiempo que desaparecieron del frente cultural.

    Sin la alharaca conceptual que caracteriza a los contemporáneos, los artistas de La Retaguardia están, de hecho, cambiando la forma de hacer y proyectar el arte que crean colectivamente.  Son verdaderas fusiones de literatura, música, artes visuales, teatro, que se resuelven en un performance colectivo en el cual, en primer lugar, desaparece el concepto de autor.  La fusión de talentos, por otro lado, no tiene dentro de sus propósitos facilitar la gestión de la obra y el inicio de las carreras profesionales de los artistas individuales; es más bien una respuesta estratégica para salvaguardar la sensibilidad artística y humana de un público —y de unos artistas— que ha estado demasiado tiempo expuesto a la cultura global de masas.

    Se trata de un colectivo en formación y también de un arte y unas obras en pleno proceso de gestación.  Lo que presentan al público no son obras acabadas y perfectas sino más bien expresiones en las que el sentido está aún en una fase de germinación: son provocaciones, espectáculos de lo absurdo, del sentido parcial que niega el sentido total de las cosas y los hechos sociales e históricos.

    Me consta que los artistas de La Retaguardia no parten de una ideología que les permita privilegiar unas experiencias sobre otras igualmente posibles.  Al contrario, su punto de partida es una experiencia atroz de la vida, cuya mayor atrocidad consiste en su falta de explicaciones y en su carencia desvergonzada de justificaciones.  Por eso, es al mismo tiempo un arte primitivo y vital, y también un arte de nuestro tiempo.  El uso de la tecnología libra a La Retaguardia de la noción de marginal o de periferia, aunque quizás sea mejor decir que obliga a redefinir estos conceptos que empiezan a ya no decir nada en el contexto de nuestro tiempo y de nuestra sociedad.

    La Retaguardia seguirá creciendo y diversificando sus métodos creativos y sus estrategias de proyección artística.  Allí, en La Retaguardia, está no sólo la resistencia de nuestra cultura sino también el germen de una auténtica vanguardia artística.


VS 01 parte II

sea pertinente el salir
escapar de un confinamiento
un encierro voluntario
pero el salir es frío
muchas veces innecesario/ dolor
un confinamiento voluntario
de hace tiempo/ perdido
desgana de un paso afuera
lejos del yo/ del que soy
es ocultar para proteger/ que
me hace otro más fuerte
uno que puede andar, pero
esta máscara de madera y pintada
pesa, pesa ante otro que no puedo ser
ni reconocer/ entender
esos otros que no soy
andar confinado en un yo mismo
estorbo que pesa/ arde
mejor que dentro/ en este
confinamiento voluntario a salvo
de esos otros o todos/ ustedes
pasado el tiempo fue/ necesario
fue una salida adecuada
pero estoy harto de morderme
eternamente la cola/ todo el tiempo
espacio definido y concreto
de paredes que me mantienen a salvo
de mi/ de todos/ ustedes
no es que haya llegado el tiempo
pero el frío cada vez es más
insoportable/ será que ha llegado
tiempo de terminar/ crisálida
sea un tiempo de esfumarme de
lo que es
salir ya de aquí
al cerrar los ojos de noche
luna nueva/ terror de imágenes
conscientes/ se muestran transpuestas
el niño detiene el corazón en sus manos
fluye líquido vital/ sangre   
aún palpita, con una pálida mirada
esa mujer que camina desnuda/
el/ yo/ sintiéndome inerte
ante las imágenes
aterradoras imágenes que corren
ríos de sangres
alimento de imágenes recurrentes
cada vez más cuando la luz se extingue
luna nueva/ todo irreconocible
esperar el amanecer
será que así termina todo
duele cada paso
momento de salir/ actuar
mover algo/ de mi/ de todos
salir y andar

La Esperanza

  I


Las dos de la tarde, hora del sueño. Edgar cabeceaba sentado en la silla de mimbre detrás del mostrador. Después de una infancia donde no podía estarse quieto, perdió sin darse cuenta y sin luchar siquiera, la batalla por mantenerse despierto después de almorzar.


El pueblo entero se paralizaba a esa hora. La faena empezaba en la madrugada recibiendo el pan, leche, crema y queso. Los jornaleros pasaban temprano, luego señoras o algún niño enviado por su mamá para comprar lo que les faltaba para el desayuno: alguna chuchería y un jugo enlatado o un refresco instantáneo para la lonchera de la escuela. Chus pellizco, uno de los locos del pueblo, llegaba a sentarse a la acera de la tienda como a las ocho de la mañana. No era violento, se le acercaba a todos con la palma de la mano extendida pidiendo dinero diciendo “please four five, please four five”. Le sacaban una taza de café y un pan con frijol, se quedaba un rato y luego se levantaba a seguir la vagancia. A eso de las nueve o diez el movimiento se detenía un poco para que al medio día empezara otra vez con los preparativos del almuerzo. Luego la hora de la siesta, y ya en la mera tarde gente comprando cualquier cosa que necesitaran, desde harina hasta hilos para remendar. Casi todos se iban a dormir temprano para empezar la misma rutina al día siguiente. 


En ese tiempo, La hora de la siesta todavía era algo sagrado.


Igual que con el sueño, Edgar se había dado por vencido con la secundaria sin dar mucha pelea. En el pueblo se tenía la creencia de que no todos tenían la combinación de tiempo y cerebro para sacar una carrera, no digamos ir a la universidad. Casi todos los que llegaban al diversificado iban por el magisterio que era el sueño más alcanzable de todos; conseguir una plaza en el ministerio de educación y tener un trabajo estable, subir en el escalafón; si les iba bien llegar a ser director de algún establecimiento y después de unas cuantas décadas, jubilarse y gozar de su pensión mensual. Los pocos que tenían oportunidad de llegar a la universidad consideraban agronomía como la opción más rentable. La segunda más popular por aquello de la política era la de abogado y notario. No podían faltar algunos agró médicos y veterinarios. Eso sí, si alguien necesitaba un dentista tenía que viajar al municipio próximo. La ventaja de alcanzar un grado universitario era que la probabilidad de poner un negocio o clínica propia era casi absoluta, una vez que el profesional se hiciera de alguna reputación era de esperarse que su familia prosperara y pudiese pagar una buena educación para la descendencia y así aumentar la fortuna familiar, o al menos mantenerla.


Para Edgar, como para la mayoría de pobladores, la cosa había sido un poco más cuesta arriba. Su padre, quien se casó con su madre en segundas nupcias y ya entrado en años, falleció a los cuatro del nacimiento ayudado por dos paquetes de cigarrillos diarios. Le heredó a Amanda la pensión de maestro y al hijo la nariz aguileña y la constitución de milpa: seco y áspero. El ahora huérfano se paseaba en calzoncillos por el patio mientras velaban al señor en la sala. Los zapatos de grandes que se le veían parecían sostenerlo en el piso para que no se lo llevara el viento. El abuelo Edmundo, más conocido por todos como don Mundo, se hizo cargo del rol paternal. El viejo había sido policía de joven, con lo de su retiro había logrado poner la tiendita que ahora le proporcionaba algunos ingresos. Doña Esperanza (el nombre del municipio era San José La Esperanza, así que había muchas Esperanzas en el pueblo), la esposa de don Mundo y abuela de Edgar, yacía en cama desde hace algún tiempo aquejada de varias dolencias.


Lo que Edgar parecía no haber heredado fue la inteligencia. Estudió hasta donde pudo, ya en la secundaria y entrando a la adolescencia empezó gradualmente a perder el interés por el estudio y a tomarle más el gusto a salir con los amigos y enamorarse de las patojas, cosa que le absorbió de tal modo que perdió dos años seguidos, para ese tiempo Amanda y don Mundo prefirieron dejar de enojarse por su pobre rendimiento académico y se convencieron de que el patojo no tenía madera de profesional.


“Si no saliste bueno para el estudio vas a tener que trabajar” sentenciaron.


Así Edgar se metió de lleno en el trajín de la tienda. Madrugaba para traer el pan y los lácteos, ayudaba a atender y a hacer mandados. Solo ya entrada la tarde se iba a jugar fútbol al parque o a cantinearse a alguna patoja, las únicas cosas que podía hacer en el pueblo para romper un poco la rutina.


Así fue como llegó a este punto, quedándose dormido en la silla detrás del mostrador.


Desde hace algún tiempo sentía una espinita, algo que le molestaba pero no sabía bien cómo definir, y poco a poco esa espinita se fue sintiendo como una presión en el pecho que luego le bajaba a la panza y le hacía sentir un vacío que le jalaba las tripas hasta que se fue materializando en una voz que sonaba en su cabeza:


¿Es esto lo que vas a hacer el resto de tu vida?


Una vez cuando entrecerraba los ojos en medio del calor de la tarde, mientras sentía el sudor recorrerle la frente hasta el cuello y ser absorbido por la camisa, soñaba despierto y se ponía a imaginar cómo sería vivir otra vida. Si tal vez hubiera sido profesor dando clases… no, eso no era para él, suficiente tenía con el recuerdo de las maestras poniéndose moradas de rabia regañando al montón de niños ingratos, no, eso no era para él. Luego recordaba la casa del doctor Monroy abajito del parque, era una cosa monumental, destacaba del resto de casas de adobe y techos de teja, era una construcción de block, con balcones de hierro forjado que formaban figuras caprichosas, había entrado al consultorio un par de veces y cerrar la puerta de vidrio de la recepción y sentir el aire fresco de los ventiladores de techo era una verdadera delicia. La diferencia entre eso y el calor del exterior era como el día y la noche. Solo podía imaginar el resto de la casa, con el amplio patio central y los frescos cuartos de techo alto.  La sala con estanterías llenas de libros que el doctor leería hundido en su amplio sillón, y cuando quisiera comer algo iría a la cocina a buscar alguna fruta en su refrigeradora de dos puertas con dispensador de hielo y agua fría, de esas que solo había visto en las revistas de la sala de espera, y luego a su comedor para doce personas, con sillas de madera preciosa tallada que podía sobrevivir hasta el apocalipsis.


Todo eso le parecía encantador, pero era demasiado estudio.


O tal vez sería mejor poner un negocio, como la pastelería Las Delicias, con su fachada pintada de vivos colores, el morado y el verde contrastaban con la vitrina donde se exhibían pasteles para distintas ocasiones, todos decorados con tanta atención al detalle que cada vez que pasaba a ver descubría algo nuevo: un borde de flores, una dedicatoria, una figurita hecha de azúcar. Sí, tal vez eso, aprender panadería y pastelería, le tomaría mucho esfuerzo pero con práctica podría llegar a tener el mismo nivel de destreza, haría pasteles hermosos y las familias más importantes le harían pedidos para sus fiestas, que no eran pocas, porque cuando hay fortuna siempre hay un motivo para celebrar.


Algún cliente llegaba y lo volvía a la realidad, le pedían una fritura, un bombón, un chicle.


Don mundo, que para entonces ya estaba algo cegatón por la catarata, quería seguir sintiéndose útil; un rato estaba arreglando una tabla floja del gallinero en el patio, otro rato echándole aceite a las bisagras de la casa, otro rato tallando alguna figurita en madera. Una de sus posesiones más preciadas era un barrilito de roble que a su vez había pertenecido a su abuelo y según le dijeron había servido originalmente para almacenar aceite de oliva. Tal vez por eso se conservaba tan bien. Don Mundo había modificado la tapa del barril con una bisagra y un pasador que cerraba con candado. El cierre era casi hermético.


A eso de las seis de la tarde, don Mundo sacaba su silla a la acera a ver el ocaso, se entretenía ya fuera solo o platicando con los vecinos que se acercaban a saludar, el viejo cerraba la tienda. Él también soñaba despierto, la última cosa que quería hacer antes de morir era hacer un viaje a otro país, no era arrepentimiento; en la medida de sus posibilidades ya había vivido, sufrido y gozado, pero quería darse ese gusto de ir con su Esperanza a otro país, hospedarse en un hotel de esos bonitos que se veían en las películas, comer una de esas comidas que tan ricas se veían en la pantalla y ver el ocaso en el balcón desde su habitación o en una silla en la playa.


A veces, Edgar lo había visto a don Mundo después de cerrar la tienda, se acercaba al barril, abría el candado y echaba un billete de a cien adentro con un “Dios mediante” o algo parecido. Y así cerraba su preciosa alcancía, con una plegaria y la esperanza de cumplir su última voluntad.


(Continuará)


Luego, la muerte

-Entonces, ¿fue usted quien dio la orden, señor ministro?-, preguntó el entrevistador. 

Acostumbrado a los elogios y sabiéndose preparado para la respuesta que el funcionario daría, guardaba bajo aquel escritorio amplio y transparente una carpeta con material comprometedor, información irrefutable que dejaría sin respuestas al funcionario. 

Era el programa de las diez de la noche, el más visto del canal y Armando, el presentador estelar, era el encargado de realizar las entrevistas principales. En esa oportunidad, tenía información sobre un cargamento de especies marinas, declaradas como especie en peligro de extinción, que ingresaron al país de forma irregular por el área de protocolos. En este espacio del aeropuerto ingresa a la nación el cuerpo diplomático y funcionarios que tienen inmunidad. No hay controles ni registros en esa parte del aeropuerto. 

Una fuente de Armando le contactó sobre un incidente ocurrido unas noches antes en esa área. Un funcionario corpulento y malhumorado ingresó al país por esa área sin tener inmunidad ni ser diplomático. Un empleado, que más tarde fue destituido, detuvo a esta persona y exigió la revisión del equipaje. Cuando descubrió que el encargo era para un funcionario de alto rango, tomó la decisión de documentar y fotografiar las anomalías que tenía frente a él. De pronto, un funcionario llamó. Era un ministro. Los jefes del aeropuerto despidieron al empleado y ordenaron el ingreso al país de las especies marinas sin declarar. 

Tras su destitución, se dirigió al Canal 6 y entregó una copia de todo el expediente. Armando, realizó un par de llamadas, pero no tenía la declaración del ministro, quien había acudido al canal para una entrevista “pagada”. El funcionario quería promocionar un programa que debió hacer desde el inicio de su gestión, pero que tras múltiples retrasos, finalmente estaba listo y realizó una gira por todos los medios para dar a conocer sus hazañas. 

Al concluir la entrevista, Armando dio un giro en el tono y comenzó a cuestionar al funcionario. Primero, le dijo que le contaría una historia con la que quizá él está familiarizado. Al mencionar las palabras aeropuerto, noche, domingo, llamada telefónica; el funcionario comenzó a palidecer, sudaba frío y las gotas de sudor resbalaban por su frente. Cuando la entrevista estaba en su punto más álgido, Armando comenzó a sentir un fuerte dolor de cabeza. Escuchaba un sonido repetitivo que penetraba en su mente. Un extraño sabor a sal invadió su paladar y abrió los ojos… 

Estaba en una cama desordenada, con papeles tirados en el suelo, botellas de cerveza y ropa interior. Apagó la alarma del teléfono. Se restregó los ojos y tuvo destellos de la entrevista, el funcionario, las hojas que le entregaron. Se despabiló y estaba desubicado, comenzó a cuestionarse quién era, qué hacía en ese lugar. Trató de recordar que realizaba una entrevista y que el funcionario se levantó de su asiento. 

Armando pidió al camarógrafo acompañarle para perseguir al hombre para que respondiera. El funcionario era rápido y mientras descendían por las escaleras de servicio se percató que su compañero no estaba y no había rastro de la cámara. Luego, frente a él, dos hombres de la guardia presidencial lo golpearon en la cabeza y por eso está en ese lugar. 

Si, eso pasó, por eso estoy aquí. Se puso de pie, en el desorden observó que había droga en la mesita de noche. La alfombra estaba quemada y había colillas de cigarro regadas por todos lados. Ingresó al baño y allí, en la tina, observó lo que quedaba de una hermosa mujer. Estaba desnuda y con el cuello cortado. La tina se había llenado con su sangre. Armando dio un fuerte alarido y de pronto, la puerta fue derribada y varios policías, con cámaras y medios de comunicación, ingresaron a la habitación, filmaron el desorden y a Armando, quien tenía sangre por todo el cuerpo. Hablaba y deliraba sobre una entrevista, un contrabando de especies y una trama gubernamental para tenderle una trampa. 

Tiempo después y tras ocurrir la audiencia de primera declaración, el Canal 6 dabal la noticia de que el antiguo conductor del programa estelar, capturado por narcotráfico, asesinato y secuestro, se había colgado en el interior de la prisión. Las cámaras del noticiero captaron en exclusiva los momentos posteriores a la muerte del periodista. 

-Miren los pies, parece que aún se mueve, pero está muerto. Miren la soga, la precisión con la que la ató, seguro, por sus influencias, consiguió que algún guardia le trasladara la cuerda, una escalera para levantar hasta la viga más alta y luego, hizo un nudo con precisión y se colgó. Seguro ese mismo guardia, que de seguro investigarán las autoridades, también se llevó la escalera y dejó abierta la puerta para que fuese encontrado rápidamente, por nuestras cámaras, que casualmente, realizaban un reportaje de cómo los reos utilizan la escultura y la pintura para ordenar sus pensamientos y tener una reinserción pronta en la sociedad”-.

VS 01 parte I

La confusión / distorsión del tiempo / indeterminado // sueños / en desastres / multicolores en explosión // amanecer / más débil / más cansado // a pedazos / miembros/cuerpo / el dolor en las entrañas // delicioso humo / por la tarde / destrozos de tiempo // mis manos / temblorosas / los pies incapaces // dolor de hoy / insoportable el ayer / de pedazos óxidos // respirar lento / fatiga continua / las hormigas no paran // se derrite / el entorno / fluido constate / desaparece // ya sin horizonte / sin pasado/ni pasos / desvanecerse es necesario // decisiones / hacia donde / todo es igual // será igual / el final el mismo / más confusión // 

El sin sentido / del actuar / mal cada vez más… mal // miedo de actuar / de moverse / regresar / lo mismo // ruptura / del silencio / se entorpece el habla // sin escuchar / sin pensar / sin esperar // no hay oportunidad / ni opciones / sin formas a donde ir // solo está rutina / está la de siempre / descasta/deja muestras // te señala / como esclavo / propiedad de algo más // sin sentido / el tiempo y el espacio / un enigma sin descifrar / dos monedas / en mi poder / sin que decisión tomar // llueve sin parar / frio que paraliza / nada que alimente // la ira / descontrol / falta de gana y paciencia // de nuevo todo / cae paulatinamente / se desvanece. ///

Gertrudis

Apareció una tarde sin mucha ceremonia dentro de una caja de cartón. La niña había insistido por mucho tiempo y justo cuando se le había olvidado llegó la mamá con aquel obsequio. ¿Quién sabe? tal vez sería algo bueno para los dos. Nuestra protagonista estaba en plena oscuridad, algo asustada por tanto movimiento y quería salir cuanto antes.

“Tápate los ojos, te traje algo.” dijo la mamá conteniendo su emoción. La niña obediente se sentó en el sillón de la sala, cerró los párpados y se los tapó con ambas manos. Mamá puso la caja en el suelo y la abrió, “Ah, al fin, la luz, esto ya es otra cosa” pensó, la sacaron unas manos delicadas y escuchó una voz: “Extiende las manos, pero no abras los ojos.” la niña estiró sus manos temblorosas y casi se derrite cuando sintió el contacto con un cuerpo suave, tibio, peludo y que no dejaba de moverse. 

“¿Y este humanito?” Pensó el pequeño ser, se acercó con curiosidad a olfatear. La niña no pudo contener la emoción, abrió los ojos, vio su cara muy de cerca, unos ojitos pequeñitos y redondos, y justo abajo un circulo negro que se estrellaba contra su cachete. “Hola, me presento, espero que seamos buenas amigas.” Sintió una nariz húmeda y una lengua que le daba muchos lametones  a manera de saludo. 

La niña estaba extasiada con ese pedacito de ser vivo en sus brazos, no podía creer que después de tanto decirle a su mamá que quería un perrito al fin lo tenía materializado en sus manos. Lágrimas de felicidad recorrieron su rostro. “¿Qué es este líquido? salen gotitas de sus ojos, ¿Qué sabor tendrán?” la perrita las empezó a lamer con gusto. Todo eran risas hasta que mamá se la tuvo que quitar y le dijo que se fuera a lavar la cara.

“Por supuesto que hay reglas:, un perrito es un ser vivo y necesita cuidado, hay que llevarla al veterinario, desparasitarla, ponerle sus vacunas, limpiar cuando haga pipí y popó, sacarla a caminar y mucho más, es una responsabilidad que hay que compartir, ¿Estás de acuerdo?”

A todas estas instrucciones, la niña asentía con un “ajá, ajá”.

Y a todo esto, ¿Cómo le vamos a poner?

La niña contestó con entusiasmo: “Ya lo venía pensando desde hace tiempo, si es hembrita quiero ponerle Lilith”.

La mamá abrió los ojos con asombro, “Y por qué ese nombre?”

“Es que escuché una historia acerca de dónde viene ese nombre y me pareció bien interesante”. Dijo la niña con toda naturalidad.

“A ver, pensemos, el primer nombre que se me ocurre es Gertrudis, suena chistoso y no se de nadie que se llame así. Además, es casi toda blanca, a excepción de este parche cafecito que tiene en la oreja, es casi albina… Albina… ¿te parece? o si te suena muy seco podría ser Rosalbina. Además, el nombre Lilith suena muy como de miedo, podríamos reducirlo a Lili”.

“Lili me gusta.” Dijo la niña.

“Lili Gertrudis Rosalbina.” Dijo la mamá.

Y así quedó bautizada como Lili Gertrudis Rosalbina.

Es cierto que no le decían su nombre completo todo el tiempo, la niña le llamaba Lili y la mamá Gertrudis, al principio la perrita no le puso mucha atención, pero con el tiempo se dio cuenta que cuando los humanos pronunciaban estos sonidos raros la veían a ella y le causaba curiosidad, así que una vez se acercó después de escucharlos y se dio cuenta que la humana empezó a sonreír y darle palmaditas de aprobación. “Hey, parece que les gusta hacer esos sonidos y que yo me acerque, entonces lo haré de ahora en adelante” pensó Lili mientras la niña estallaba de júbilo: “¡Mamá, Lili ya responde a su nombre!”

Cuando por fin la pusieron en el suelo, Lili no sabía muy bien qué hacer o adónde ir, así que decidió explorar los alrededores despacio, olfateando cada centímetro cuadrado del lugar. Algunos espacios eran muy estrechos y no cabía, en otros lugares como debajo de la cama o de algún sillón parecía caber pero luego de un rato se daba cuenta que no podía salir de allí, tal vez se le venía algún recuerdo a la mente, entonces se agitaba y lloraba con desesperación hasta que llegaban a sacarla de donde se hubiese atorado, al sentirse de nuevo protegida en las manos de sus humanas se le pasaba el susto casi de inmediato.

Era ya de noche, le prepararon una cama en una esquina del cuarto de la niña con unas mantas viejas y la depositaron suavemente en ella, apagaron las luces y se fueron a dormir. Lili estuvo quieta un rato, solo un rato, a lo mejor la oscuridad le trajo algún recuerdo de la familia que tuvo hace apenas unos días y le fue arrancada de repente y sintió miedo de estar sola y desamparada, se levantó, dio unos pasos, reconoció el aroma de la humana que la tuvo en sus brazos hace poco y se acercó. “¿Qué es esto?” Se dijo extrañada. “Puedo olfatearla, sé que está cerca, pero algo no me permite acercarme, creo que está arriba, pero está muy lejos.” La niña sintió a Lili lloriqueando abajo en la orilla de la cama y recordó las palabras de su mamá: “No la dejes subirse a la cama, si no luego no se va a querer bajar, tiene que acostumbrarse a dormir en su propio lugar”. Sin embargo, el llanto era tan triste que le partía el corazón. “Lo siento, no puedo, tienes que quedarte en tu cama.” Pero el lloriqueo y los gemidos parecían decir “anda, tengo frío y estoy sola en un lugar que no conozco, hazme un poco de compañía.” Al final la niña no pudo más y dijo: “Bueno, pero solo esta vez, luego te quedas en tu cama, ¿Estamos?”

Como era de esperarse, Lili ya nunca quiso dormir en la camita de la esquina.

Al día siguiente, pasada ya la emoción de la novedad, se dieron cuenta que Lili estaba más bien flaca, con el pellejo pegado a las costillas, le sirvieron un plato de comida y lo devoró como si no hubiera mañana. Lo único que tenía grande era la panza que se bamboleaba de un lado a otro cuando caminaba.

“Mami, ¿por qué tiene esa barrigota cuando lo demás es puro hueso?” Preguntó la niña. A lo que la madre respondió: “Deben ser lombrices, es normal en los cachorritos, por eso la vamos a llevar al veterinario”.

La visita fue corta, después de una inspección no detectaron nada anormal aparte de una ligera desnutrición, la veterinaria les recomendó que primero se le diera un desparasitante y esperasen unos días antes de la siguiente visita cuando ya se le podría poner su primera vacuna. También le dieron un alimento especial que iba a nutrirla algo mejor. También le compraron una pelotita especial para jugar y morder.

De regreso a casa, ya más tranquilas, Lili jugó con su pelota hasta caer agotada y dormida en un rincón cerca de la ventana abierta que justo la bañaba con rayos de sol . Entonces empezó a soñar con su mamá y sus hermanos, estaban todos juntos echados dándose calor y sintió mucha paz. En eso, unas manos frías la arrancaron de su madre y la metieron con sus hermanos en una bolsa plástica negra, todo se volvió oscuridad y confusión, ni ella ni sus hermanos entendían qué estaba pasando, sintieron cómo los cargaron por algún tiempo y luego aventaron la bolsa a un barranco tal vez esperando que murieran asfixiados o golpeados, ahí quedaron sin saber cuál sería su destino. Algo o alguien hizo un agujero en la bolsa, no se sabe si desde afuera o desde adentro, el caso es que podían respirar aunque con mucho esfuerzo, el calor era sofocante y temieron lo peor hasta que unas manos salvadoras abrieron la bolsa y los rescataron. 

Por algún tiempo tuvo el mismo sueño de forma más o menos recurrente, aunque cada vez con menos frecuencia, hasta desaparecer por completo. Pero cuando ocurría, Lili dejaba escapar pequeños gemidos y su cuerpo daba espasmos, como si se estuviera asfixiando. A veces la niña lo notaba y preguntaba a su mamá: “¿Con qué crees que esté soñando Lili?” La madre que no tenía ni idea contestaba por decir algo: “No sé, tal vez sueña que caza mariposas.”



Delirio púrpura

Imagíname, por un instante, destruyendo la rigidez del tiempo. Sofocando al vacío. Acariciando la caída, saboreando el arrebato, la locura y el delirio.

Imagínalo por un momento. Retén ese pequeño fragmento de la realidad, añádele circunstancias, insinuaciones, risas.

No sueltes ese instante. Tómalo con tu mano, paséalo por tu inconsciencia, llévalo a tus sueños, a tus pesadillas; siémbralo, déjalo que brote, que sus raíces te abracen y cuando ya sea insoportable, cuando sientas que no puedes sostenerlo más, cuando percibas que es tan enorme que podría destruirte y que amenaza con implosionar el universo entero que te rodea: suéltalo y la destrucción que presencies será formidable, lo que nacerá tras esa caída será devastador.

En ese punto de la nada me verás otra vez recolectando los fragmentos y rogándote para que vuelvas a imaginarme, a tomarme como prisionero mientras busco entre los escombros algunos trozos incompletos de mi alma.

Quizá solo baste contemplar el cabello que dejaste tras tu partida. Ese que descubrí con un reflejo de la luz. Recordar el sabor, el aroma, la vida, la muerte y el misterio bailando en tu mirada.

Percibir las palabras de esa hebra púrpura, el susurro de ti, a través de ese ínfimo fragmento tuyo, cuya esencia acabé por tomar y que no entendí. No supe descifrar y enloquecí al verlo desvanecerse frente mis ojos.

Entonces, no me imagines; tal vez, ese sea mi propósito en esta historia: imaginar cosas que no suceden ni sucederán. Ser sin ser, estar sin estar, sentir sin sentir. Recurrir, insistir y, como un vicio, repetir. Alimentando los fragmentos de mi mente con instantes, sonrisas y delirios púrpuras.

El Mundo y la Vida

¡Hola Mundo!

Don Mundo se acercó al mostrador a paso lento, con pereza, pero con una gran sonrisa, ¡Qué pasó patojo!

- Pues aquí, a comprar algo para el desayuno, y usted ¿cómo lo trata la vida?

- Por ahí anda la vieja cabrona, ¡Vida, donde andás vos!

- ¡Oy! - Sonó la sonora voz de la señora, - Aquí ando, que le andaba preparando el desayuno al viejo Mundo. Ya viste que es medio lento.

- Con tocino por favor - Replicó Mundo. -Tan chula la vida como me hace huevos. Y vos patojo, ¿qué le vas a pedir a la Vida?

- A la vida, que fuera eterna, a doña Vida un litro de leche, una libra de harina y cinco huevos.

- Ahorita va - Dijo doña Vida, a pesar de sus años era ágil y se mantenía igual de sonriente que don Mundo. - Y vos Mundo, Andá comé, al paso que caminás cuando llegués a la mesa va a estar fría la comida, aquí están tus cosas patojo, ¿se te ofrece algo más?

- Nada más, muchas gracias.

-Va, ya sabés, cualquier cosa, aquí estamos. - Se fue para adentro a desayunar con su Mundo. - ¡Viejo! ¿te lavaste las manos? ¡Mira que andás todo lleno de tierra que andabas sacudiendo temprano y te la echaste encima!

Me alejé de la tienda pensando en el par de viejos, el Mundo y la Vida, siempre juntos, siempre orbitando uno alrededor del otro. Para él, ella es el mundo; para ella, él es la vida.


Sueño Lúcido

 La cosa empezó bastante bien: iba vagando por la ciudad, el sol brillaba y había mucha gente por aquí y por allá. Como me pasa casi siempre, las ciudades que veo son bien intrincadas, con calles asfaltadas, casas, parques y edificios mezclados sin un orden aparente. Un caos donde puedo tomar un callejón que me lleva a unas gradas que suben serpenteando hasta la cima de una colina donde se abre ante mis ojos el paisaje de un parque. Todos están contentos, juegan, ríen y cantan, sí, cantan, como en las películas donde de la nada alguien dice “me acabo de inventar una canción” y casualmente todos se saben la letra, la música y la coreografía. No recuerdo bien la letra pero la esencia era algo así como: 

"Estamos muy alegres 

estamos muy contentos 

jugamos todo el día

que viva la alegría"

Yo estaba contagiado de esa felicidad, me encantan estos lugares. Sí, es algo extraño que todos muestren tanta felicidad, es algo así como si estuviera en Disneylandia, solo que no veo juegos mecánicos. Por lo demás, la arquitectura del lugar me hace pensar como si estuviera en un parque temático.

“Estamos muy alegres”

Todos están muy coordinados. Me pregunto si no se quemarán de estar todo el día bajo el sol, si tienen algún trabajo o algo que hacer aparte de estar afuera disfrutando y siendo felices. Asumo que toda vez no le hagan daño a nadie no debería importarme.

“Estamos muy contentos”

Voy bajando un graderío y paso por calles cada vez más estrechas, la gente baila y canta como si fuera un musical de Broadway, salen de sus carros, se suben a los techos y siguen, pienso que está bien, yo también voy medio bailando y cantando.

“jugamos todo el día”

Llego a un lugar que es más un corredor de un par de metros de ancho, al pasar el corredor veo algo así como un restaurante, en este lugar también hay una multitud, pero todos están ordenados, parece ser una cafetería.

“Que viva la alegría”

Algo me dice que he llegado a mi destino, hay una fila de personas esperando a que les sirvan, alguien atrás del mostrador mete un cucharón en una olla enorme y saca un bodoque de una masa humeante que pone en el plato de la persona, en eso empiezo a sentir una inquietud, en mi mente todo esto parece una película gringa doblada al español, así que le cambio al inglés y pienso para mí mismo: 

What the fuck is going on?

Es mi turno, sostengo un plato en mis manos, la gente sigue cantando, pero ahora que pongo más atención, no están moviéndose libremente, están más bien repitiendo el mismo movimiento una y otra vez, yo mismo estoy parado en el mismo sitio y parece que no me estoy moviendo, repito el mismo movimiento de vaivén. La tonada sigue con el mismo ritmo guapachoso pero ahora todos estamos diciendo al unísono:

What the fuck is going on?

Hay un tipo que por casualidad quedó a poca distancia, lo veo tratando de entender qué está pasando, en sus ojos veo reflejada cierta angustia, sigue cantando, pero su sonrisa tiene un rictus que me hace pensar que es forzada, está cantando entre dientes y parece que entre cada respiración quisiera decirme algo mientras canta:

What the fuck is going on?

Entonces entiendo con horror que todos estamos condenados a seguir esta rutina para siempre, hasta aquí llegamos, vamos a fingir que somos felices, a continuar la misma acción una y otra y otra vez por toda la eternidad aunque por dentro tengamos deseos de morir. ¿Podemos morir siquiera? ¿Acaso ya estoy muerto? No hay salida, estamos alineados, todos seguimos cantando. Me acordé de Sísifo, de Damocles, de Prometeo. 

¿Dónde estoy?

What the fuck is going on?

What the fuck is going on?

What the fuck is going on?

El Canche

 "En el tiempo que pasó esto contaba yo con treinta y dos años, había estado lloviendo fuerte por tres días seguidos y mi hija que tenía unos cuatro meses de nacida estaba mala con fiebre y vomitando. Tal vez no fuera algo muy serio pero uno de padre se preocupa. La cosa es que en la aldea no hay doctor, para buscar  teníamos que pedirle prestado el pickup al compadre Oscar y agarrar el camino de terracería hasta la clínica. El problema no era la lluvia ni la distancia que era más o menos una hora de ida y otra de regreso. El problema era la hora, era ya media tarde y ya al estar oscuro nadie se animaba a salir porque en la carretera podía encontrarse uno al ejército pensando que uno le llevaba cosas a la guerrilla o a la guerrilla pensando que uno le llevaba cosas al ejército. De cualquier forma uno salía perdiendo, aunque lo interroguen y vieran la criatura llorando ellos podían pensar que era puro pretexto y matarnos de todos modos.

El caso es que mi hija estaba mala, lloraba, la fiebre le subía, no le quedaba nada en el estómago y seguía queriendo vomitar, mi esposa y yo estábamos preocupados pensando qué hacer. Al fin me decidí y me fui bajo el agua a hablar con mi compadre. Él sabía que era arriesgado, pero también había perdido un hijo de cólera. Es duro eso de ver a su nene morir sin poder hacer nada, la cosa es que no tomó mucho convencerlo y pensó que si le metía la pata podíamos ir y regresar a tiempo.

Pues agarramos camino con mi compadre, mi esposa, mi beba y yo, el camino de ida todo bien, llegamos a la clínica, vieron a mi hija, como pudimos conseguimos la medicina, de eso me sentí mejor porque iba a estar bien. 

En eso nos entró la noche.

Con mi compadre la pensamos y repensamos si nos íbamos a regresar esa noche o no, pero ya nos habíamos gastado el dinero en la consulta y las medicinas, mi compadre hasta nos ayudó y allí hicimos el ajustón. No conocíamos  a nadie conocido en el pueblo y la beba necesitaba cuidado. Así que decidimos arriesgarnos y agarrar camino de regreso.

La lluvia se calmaba a ratos y luego regresaba fuerte. En la noche, sin alumbrado público y con la lluvia así de fuerte apenas se miraba algo. Tuvimos que irnos despacio para no estrellarnos en el paredón o caer en el barranco, viera visto usted. Mi mujer iba rezando, yo me hacía el fuerte pero por dentro tenía todo aguado pensando que nos íbamos a chocar o se nos iba a atravesar alguien.

En eso, a la orilla del camino, vimos a alguien, yo dije Señor bendito. Cuando se ponen así lo paran a uno, lo interrogan, lo registran. Mi miedo era que  si el militar preguntaba “¿pelo vergo mi sargento?” Y el sargento contestaba “Pelo vergo”.  Eso significa que tenía permiso para disparar a matar. Estaba esperando ver el puesto de registro, yo creo que mi compadre más por miedo que por otra cosa paró el carro..

la figura que vimos se acercó corriendo, entre la lluvia no distinguíamos quién era, pero al llegar a la ventana nos dimos cuenta que era una mujer. Aunque no era la guerrilla ni militar, igual nos asustamos.Daba unos gritos la mujer que le helaban la sangre a uno, somatando el capó del carro, el vidrio de adelante,  la ventana, gritando ¡Ayuda, ayúdenme  por favor! Se ahogaba de puro llanto, aparte estaba empapada, nos miramos con mi compadre y no la pensamos, nos bajamos de una, ahí dejamos a mi esposa con la nena. la señora era así rubia, vestida con ropa así como que fuera turista, robusta, hasta bonita, de no ser porque estaba empapada de agua y llanto, luego vimos que también tenía sangre en la ropa, hablaba con acento como que fuera gringa o a saber de dónde: “¡Ahí abajo, por favor, ayuda!”

Nosotros pensamos que había sido un accidente, vimos un claro a la orilla del camino donde se notaba que se había desbarrancado un carro. Nos fuimos con cuidado entre el monte y el lodo, ni cuenta nos dimos de que la gringa se había quedado atrás. Llegamos al fondo y cabal vimos un carro grandote de esos cuatro por cuatro todo terreno, tenía algunas calcomanías en a saber qué idioma, yo digo que eran misioneros. Usted sabe que en ese tiempo había gente que venía a hacer obras acá, a construir escuelas, o jornadas médicas,a evangelizar o a saber qué cosas, hasta gente que se tiraba a atravesarse el país solo porque sí, porque diz que la aventura, yo qué sé. La cosa es que llegamos al carro, mire usted, picado de balazos.

Encontramos a dos personas, el piloto era hombre, con la cabeza en el timón llena de sangre, lo medio movimos y se fue de lado de una vez ya muerto. A la par de él una mujer, también bañada en sangre, le levantamos la cabeza a ella y mire usted, se lo juro por Dios, era la misma que nos había parado allá arriba.

Nosotros con mi compadre estábamos cagados de miedo, no solo por ver esa escena y más que todo a la mujer, sino porque los cuerpos todavía estaban calientes y los militares o quien fuera que haya sido podía estar cerca. Pero mire, ¡va usté a creer! En las piernas de la mujer, envuelto en un montón de trapos, había un bebé llorando, más o menos de la edad de mi hija.

¡Y qué podíamos hacer! No podíamos dejar a la criatura allí solo que se muriera. Lo agarré y como pude subimos y nos fuimos de allí, cuando subimos con el bulto mi mujer estaba pálida, nos dijo que cuando nosotros empezamos a bajar ella se empezó a alejar y como que se hubiera desaparecido entre la lluvia. Cuando vio la criatura y le conté lo que vimos le agarró una lloradera.

Mire, yo no sé cómo le hizo mi compadre para manejar de regreso con la impresión de todo esto, pero mire, ese niño como que traía algo, aunque estuviera llorando sentimos una paz, un calor, como que en esos momentos uno se arma de valor como dicen y qué le importa todo lo demás ¿verdad?”

Cuentan que en medio de una aldea del altiplano de Guatemala, en el punto más álgido de la guerra interna, apareció un niño adoptado sin papeles ni abogados ni ninguna de esas formalidades que no eran necesarias.  Creció como sus amiguitos en medio de la pobreza, aprendió a trabajar la tierra como cualquier otro.  La única excepción era que este niño sobresalía entre todos por ser rubio, de ojos azules y al crecer llegó a medir casi dos metros de estatura. Era más conocido por los habitantes de la región como el Canche.


DEPRESIÓN TROPICAL

 Depresión
Enfermedad o trastorno mental que se caracteriza por una profunda tristeza, decaimiento anímico, baja autoestima, pérdida de interés por todo y disminución de las funciones psíquicas.
Tropical
De los trópicos o que tiene relación con esta región de la Tierra.

 

Esta historia no inicia en donde se supone que tendría que iniciar, porque en realidad aquí… casi nada pasa, y si suceden cosas están condenadas a explotar, en el cielo, de noche, son juegos artificiales, cañonazos anónimos. Es más, no es una serie de sucesos que cobren vida en la cotidianidad de la sala en casa de los abuelos. «estaremos dormidos»

No inicia aquí ni en otras partes, porque somos el fiambre hecho de los restos de muchos banquetes importantes, servidos en palacios lejanos, en palacios que están a la vuelta de la esquina y en palacios que se siguen construyendo, aquí, hoy en día. En el trópico nadie se puede deprimir, el calor y los abundantes abrazos del sol inhiben la actividad negativa, solo bailamos al ritmo de nuestros lejanos deseos, y cuando se cansa la gente se va, se van a lugares en donde el clima favorece la introspección.

Tampoco inicia en medio de tardes lluviosas de mayo o un camino brumoso dentro de un bosque suspendido y lleno de palabras escogidas al azar; egoístas también. No lo hace retratando tu sonrisa, que es la sonrisa de todos. Esta historia no inicia en el lobby de un edificio decadente, en una ciudad que lucha incansable por ser lo que fue y se olvida de lo que está siendo, tampoco se trata de moteles que hospedan colonias de pulgas voyeur o un viaje lejano hasta llegar el centro de tu nervio emocional. Aunque la mayoría lo prefiera, tampoco es la historia que tallaron anónimos ebanistas en retablos barroquísimos. «no inicia»


MARGINALIDAD

/término curioso debido a la perspectiva con la cual entonan aspavientosos algunos personajes de mi entorno urbano
/término derivado del límite eso que se encuentra en la tangente de otros cuerpos eso que desespera o se tensa y se mantiene en suspenso tendido sobre el vacío
/marginación/marginal/marginalidad/ monzón era un poeta marginal y su poética se funda en la marginalidad según algunos compadres bien entendidos en la materia (de la marginalidad, claro)
/la marginación puede ocurrir como un catarro o sea por circunstancia de ambiente; me refiero a que en ciudades como esta la marginación toma modos y formas dispuestas a la destrucción… tanto como un simple estornudo
/todo tipo de marginación es asfixiante es una manera del genocidio o magnicidio una forma de la muerte permanente; la marginalidad se manifiesta por mecanismos distintos pero la mayoría son de corte social y cultural luego político y económico derivadas éstas del efecto de las primeras; la marginalidad no tiene nada que ver con la teoría del caos pero conserva un activo impulso anarquista
/un grupo socialmente marginado responde más bien a un choque de culturas a la adaptación de poderes y sus influencias y de ello depende que de la marginación pase a lo políticamente marginado o marginable; en ello tiene que ver la brutalidad mercantilista y los abusos de la estupidez
/marginalidad es la innumerable cantidad de habitantes que viven hacinados en la periferia de la ciudad los barrancos las áreas de difícil acceso quienes poseen también sus formas propias de poder junto a la adaptación a su circunstancia inmediata de indeseables asentados emigrantes de otras áreas igualmente pobres /otra marginalidad/ todo para instalarse en áreas de alto riesgo en forma de aldeas colgantes en las fauces del abismo mismo y cuya sobrevivencia es la posibilidad de los imposibles
/la única y verdadera patria es la infancia; la patria es el conjunto imaginario de la identidad y el sentido gregario de pertenencia sumado a los ritos valor moral del universo tradiciones y una cuota de cultura que se concreta en esta historia humana como una forma de existir y una manera de estar aquí; la única y probable patria a la que se puede optar en esta ciudad ha sido ya abusada y despojada ha sufrido vejámenes y agresiones y múltiples formas de violación y traición las cuales han erosionado la ternura y la sensibilidad esa posibilidad del arte la imaginación y los juegos; ahora bien debido a esta herencia y al anterior panorama naturalmente uno crece pateándole el culo a la infancia a esa imposibilidad de decidir estar o no estar en este lugar en este miserable juego entonces es de este modo que se desarrolla un sentido anti o contra patria que también toma su formas marginales todas
/la resultante de una patria humillada y desarrollanda en la injusticia y la aniquilación de la poca estima se demuestran en el inconformismo y malestar total y en diversas actitudes que nada tienen que ver con ideología o credo que son lo mismo esas formas religiosas del fascismo sustentado en debilidades morales; los resultados pueden variar entre la marginalidad la contracultura lo subterráneo la anarquía
/de la marginalidad podemos pasar a la automarginación conciente o inconciente quiero decir que se puede asumir la marginación para sí tal si fuese una ideología o a modo de militancia con un concepto de vida propio y salvarse así del enevitable naufragio; cuando se es inconcientemente marginado se tiene menos suerte ya que uno puede resultar víctima de sí mismo en cambio de si se es conciente permite el discurso la propuesta y la capacidad de respuesta a las circunstancias de su ambiente medio
/en esta ciudad también los medios de comunicación se rigen por pautas marginalistas las cuales se reflejan en los criterios referidos mediocres referentes; si a la gente le das buen cine van a comprender también el buen cine si la gente tuviera menos basura en la tele tendría menos complejos tendrían menos basura en la mente serían menos agresivos si así fuera …si tal vez
/de este modo la marginación de propia mano debe de funcionar como vehículo de denuncia y debe mostrar clara crítica del sistema al que se debe y al que se enfrenta y por supuesto que estos aparatos varían según la postura ideológia que se asume en el gobierno en el estado y como mecanismo se implanta su determinado aparato de opresión a la masa media y mayoritaria; la marginalidad en este caso debe ser una postura de proyección del evento y del movimiento inérsico de la circunstancia además la información contribuye al impulso hidráulico de su espíritu interno que le mantiene y por el cual crece y madura… se fortalece… sufrir la marginalidad impuesta es una necedad a la opresión y a la cual hay que resistirse hacer público todo lo repulsivo al respecto del tema… ser pues implacables y actuar sobre todo antes que nos coman vivos antropófagos de nuestra razón o el libre movimiento al que tenemos derecho de acción abajo no nos miran participamos de la corriente que a cada rato se ahorca y se desboca como maremoto constante con nuestras propias convulsiones del espíritu ahí interno
/…mira la ciudad …mira tu ciudad su gente enferma supondríamos que es una enferma ciudad latinoameriana cualquiera y posible; mira tu ciudad carcomida y terrible con su ratonera propia en el centro guaridas para perros y zorros a sus alrededores y más allá sus basureros abismales sus deslaves mortuorios de explotadores maquileros e industriales y por último por sus puntas lejanas y enmontañadas están ellos observando cómo nos enlodamos y tratamos de salvarnos unos y otros a veces a favor otras en contra y están los que se salvan por los otros y los que nos traicionan nos obligan nos observan desde sus palacetes o desde sus polarised narco matanza full confort último modelo comprado con el desgaste del pópulo que mantienen oprimido y comprimido en su hábitat gaseoso tan inmundo y por acá ni se acercan sólo nos dejan sus ruinas y sus guardianes armados guardianes de su preciada propiedad tan privada en la cual nos privan de todo todo el día todos los días
/el teléfono suena la ciudad gime por todos lados el mismo ritmo elemental y la vida que aquí nos acontece es una circunstancia mezquina que sintoniza muy bien con el humor de fatuosidades que nos minan interiormente desde la mente…/


[z]

 Guatebala, zona 1 / 2000

LA CASA DE LA GUITARRA

Durante mi niñez y buena parte de mi juventud viví cerca de una colonia muy antigua de la ciudad que todavía tiene casas grandes de adobe. De esas que todavía tienen su jueves de mercado con un poco de todo: desde frutas y verduras hasta cachivaches de segunda mano. Si una semana normal el ambiente era alegre y animado, para la feria el alboroto se multiplicaba. 

En plena feria, en la confusión de elotes locos, gritos, garnachas, luces, algodón de azúcar, música a volumen indecente y otras cosas; la vi por primera vez. Su pelo negro, liso y planchado brillaba al compás de las luces. Tenía algo de felino en su mirada. Tal vez era el maquillaje, le concedo eso. Pero juraría que al ver su sonrisa se calló el griterío, escuché repicar las campanas de la iglesia y me emborrachó un aroma de manzana acaramelada. Me acerqué balbuceante a saludar sin saber siquiera qué vendía. Me quedé allí parado como idiota. “Pase adelante, ¿qué va a llevar?” Solo entonces me di cuenta que estorbaba a los visitantes que se amontonaban en los estrechos callejones. Vendía cosméticos y accesorios varios para dama. Le mentí diciendo que buscaba un par de aretes para mi sobrina.

Se llamaba Marisa y vivía cerca del parque donde se celebraba la feria. Desde entonces fui todos los días con cualquier pretexto y a las dos semanas ya éramos novios.

La primera vez que entré a su casa noté el frío y la humedad típicos de la construcción de adobe. Era fresca, de paredes altas. El techo era de lámina soportada por gruesas vigas de madera y un cielo falso que hacía poco por amortiguar el frío y el ruido exterior, especialmente la lluvia era tan ensordecedora que impedía cualquier conversación o escuchar la radio o la televisión. Aún así, yo la encontraba encantadora. El aroma de la madera, el cáñamo de la hamaca, el adobe y el cigarrillo me traían la nostalgia de la casa donde crecí en el oriente del país

Se la presenté a mis viejos y de inmediato noté que no estaban impresionados. Pensé que habían sido intimidados con su espíritu libre, independiente y aventurero. Marisa vivía sola, al morir sus padres las tres hermanas dividieron la casa: medio lote para dos hermanas y el segundo nivel para la tercera. Cada una tenía suficiente espacio para vivir tranquila. Me obsesioné con ella, empecé a escabullirme cada vez más seguido para dormir juntos. Eran noches apasionadas, intensas. En la madrugada salía a mi trabajo desvelado y exprimido.

Una de esas noches, todavía ebrio de su dulce aroma, Marisa me preguntó: "¿No has notado algo curioso en la fachada de la casa?" La verdad es que no le había puesto mucha atención. "¿Ya viste la figura tallada en la parte alta?"

Entonces recordé que desde antes de conocerla había visto esa guitarra, se erguía con el mástil hacia arriba, las cuerdas se notaban a la perfección. Supongo que a todos los que vivíamos cerca nos pasaba como con las vallas publicitarias que al principio son novedosas y originales, y después de tres meses ya se vuelven parte del paisaje y pasamos frente a ellas sin siquiera darnos cuenta.  Marisa me hizo una confesión: "Es la guitarra del sombrerón. Mis abuelos eran brujos, con el dinero que ganaron de sus trabajos construyeron esta casa y a él se la dedicaron, la guitarra es una muestra de agradecimiento".

- ¿El sombrerón, en serio?

- Sí, mis abuelos hacían bastantes trabajos, se supone que eran famosos. No solo eso, mi papá siguió con la tradición. Recuerdo que una vez que me llevó en su moto a un lugar bien lejos, yo era muy pequeña y recuerdo poco, pero había un grupo de gente. Me recostaron en algo así como un altar, tenían velas encendidas y rezaban unas cosas que no entendí. Me pasaron un ramo de a saber qué plantas y me rociaron con alcohol. Al terminar el asunto, mi papá me bajó, se despidió de todos tan alegre y ya afuera me dijo "bueno, ya estás consagrada".

Yo escuchaba esas cosas con algo de incredulidad, pero la guitarra en el frente de la casa era prueba física de que la historia podía tener algo de cierto. Me contó que en una ocasión hubo fiesta en casa, cuando ya se fueron todos los invitados se quedaron solas las tres echándose los tragos. Ya era de madrugada, la menor de ellas se excusó para ir al baño. Entró y cerró la puerta. Las dos mayores se quedaron conversando y perdieron la noción del tiempo. En eso, Mireya entró en una especie de trance, la vio muy seriamente y le dijo "Marisa, tal vez no me vas a creer, pero soy el espíritu de tu papá" Marisa pensó que era una broma y empezó a reír. "Te lo puedo probar: tu hermana fue al baño, pero ella es muy sensible, yo hice que se levantara para hablar contigo porque verme así la impresionaría mucho, en este momento está desmayada en el baño; cuando terminemos de hablar, tendrás que irla a despertar." Mireya, poseída por el espíritu de su padre, le contó cosas que solo ella podía saber, entre otras, que sobre ellas pesaba una maldición y que nunca iban a ser felices con ningún hombre, porque habían sido entregadas al sombrerón. "Pero, ¿sabes? Yo estoy decidida a romper esa maldición." me dijo con mucha seguridad.

En otra ocasión, una feliz pareja de recién casados alquiló un cuarto en la casa con la ilusión de empezar una vida juntos. La primera noche, el esposo sintió una presencia, en la oscuridad creyó ver una silueta de pie, como si alguien o algo los viera dormir. Alarmado, se levantó y encendió la luz, no había nada. Le preguntó a su esposa si había sentido o visto algo, ella ignoraba de qué estaba hablando.. Al apagar la luz, la silueta se volvió a perfilar a la par de la cama. “¿No lo ves?" Dijo el esposo. "Allí está, nos está viendo".  Por más que ella trató de aguzar la vista no encontró nada fuera de lo común. A las pocas semanas la pareja se fue, el esposo se estaba volviendo loco por no dormir y ver esa sombra todas las noches cuando apagaban la luz.

Una noche estaba profundamente dormido, Me despertó un estruendo, cosas que caían y se golpeaban. Me levanté dando saltos y gritos, corrí a encender la luz.

Nada. 

Marisa me dijo que probablemente había sido un tacuazín que había caído en el techo de lámina.

Otra madrugada escuché ruidos algo más sutiles, como algo que se arrastraba. Al entreabrir los ojos vi con horror cómo la tele que estaba en el mueble inclinaba dar con la pantalla en el suelo, era una tele de las viejas, grande y pesada, al estrellarse la pantalla reventó y salieron chispas, los dos saltamos de la cama esta vez para ver el aparato hecho pedazos en el suelo.

A pesar de eso, mi atracción por esa mujer era intensa. Empezamos a tener pleitos: que si su hábito de fumar, que si otro hombre la miraba por la calle, que si salía con sus amigas. Me daban unos celos terribles. Peleábamos, llegábamos a los gritos, nos mentábamos la madre y luego nos reconciliabamos en la cama. Las noches seguían siendo fogosas, pero me estaban pasando factura. Ahora me veía más flaco, pálido, ojeroso. Una tarde iba cabeceando en el bus que me transportaba de regreso a la casa. Un tipo a quien nunca había visto en mi vida se me acercó, me dijo “Disculpá, no me vas a creer, pero yo puedo ver cosas que otros no. A vos te hicieron algo, te dieron algo en la comida, hasta rico lo sentiste".

 

El descubrimiento que me hizo abrir los ojos ocurrió una tarde de domingo que Marisa salió a hacer unos mandados, me quedé solo en la casa y me puse a curiosear por ahí. En una esquina de la sala había un canasto de mimbre de unos cuarenta centímetros de alto, me acerqué y levanté la tapa, me encontré con un montón de candelas de varios colores, en su mayoría negras. También encontré varios puros. Las candelas tenían la mecha quemada, los puros a medio fumar. En medio de todo eso había un papel doblado, levanté el papel y estaba escrita con lapicero y letra muy clara la oración del puro. No mencionaba nombres, solo las partes entre paréntesis (inserte el nombre del pedido) cuando tocara mencionarlo. Sentí que la sangre se me iba a los pies y mi cabeza daba vueltas. Cuando Marisa llegó a la casa le mostré el canasto y le pregunté qué significaba eso. Ella trató de restarle importancia, me dijo que no le pusiera atención, que eran locuras de su hermana, pero no pude quedarme tranquilo, le dije que no me gustaban esas cosas, hubo reclamos, gritos, amenazas. Ella insinuó que incluso podría estar embarazada, yo estaba furioso, antes de salir con un portazo la escuché diciendo "¡Si cruzas esa puerta ni se te ocurra regresar!"

Pasaron unos días, yo pensaba en ella pero estaba decidido a no volver. Una noche como a las diez me llamó al celular, no le contesté volvió a sonar, la ignoré. Fue tanta la insistencia que me ganó la curiosidad y contesté

Estaba llorando, se notaba el temblor en su voz, "Marco, por favor ayudame, no se que hacer".

- ¿Qué pasó?

- Allí está, el sombrerón, el duende, el sisimite se asoma por los espejos, veo su cara horrenda bajo el sombrero en la esquina y se esconde, está rondando por la casa. Estoy sola, tengo miedo, por favor ayudame.

Me ganó el pánico, colgué, bloqueé su número y me hice el firme propósito de no pasar por los alrededores.

Han pasado los años, me mudé, hice mi vida y me olvidé de ese episodio hasta hace poco que por azares del destino regresé a la colonia en tiempo de feria. El ruido, las luces y aromas eran los mismos, la gente pasaba alegre ignorando que a solo una cuadra de la iglesia y el parque hay una casa dedicada al sombrerón que sigue allí igual que hace setenta años, cuya guitarra en la fachada ya forma parte del paisaje.


NAIPES

 La mesa del comedor era gobernada por los adultos jugando cartas. Unas noches era en mi casa, otras en casa de mi tía, otras donde algún vecino. Para jugar conquián se necesitan tres personas, era común tener amigos o vecinos invitados en la casa. A veces ellos llegaban con sus hijos. Unos me caían bien, otros no tanto. Como siempre en la mesa los mirones son de palo y aunque las apuestas no eran muy grandes, los adultos se las tomaban en serio. 


Yo detestaba esas reuniones. No había licor, pero el olor a cigarrillo era insoportable, los juegos se alargaban hasta altas horas de la noche y los viernes y sábados eran capaces de llegar al amanecer jugando. Cuando estaban en mi casa podía encerrarme en mi cuarto a dormir, pero cuando estábamos de visita tenía que conformarme con quedarme tirado en un sofá o en la alfombra. La tele era mi niñera y me entretenía viendo los programas del MTV como Daria, Beavis and Butt-head, The Real world, Headbangers Ball y Rock videos that don´t suck.


El conquián es muy dinámico. Los juegos terminan rápido y cuando nadie gana se guarda el pozo de la apuesta para la siguiente partida. Las apuestas eran de a quetzal o de a cinco por cada juego, se podían juntar varios jugadores y se turnaban para hacer siempre un grupo de tres. El que perdía su turno se podía quedar bromeando con los demás o podía salír a tomar aire o agua, platicaba un poco con nosotros o iba a ver qué estábamos viendo en la tele. 


Recuerdo una noche que mi tía llevó a un amigo, se llamaba Gustavo, era profesor y daba clases en la misma escuela que ella. Se supone que sabía leer el cigarro. La idea era que la persona le diera unas cinco o siete fumadas sin tirar la ceniza y se lo daba. Entonces él entraba en una especie de trance, tomaba el cigarrillo con una mano y con la uña del dedo meñique - convenientemente larga y cuidada que parecía de mujer-, empezaba a ver los puntos blancos y negros de la ceniza, el humo, la inclinación y la uniformidad del borde de la brasa para dar sus predicciones, hablaba con frases cortas, con respiración pesada y con una seguridad que dejaba a los adultos sorprendidos. Daba la impresión de que algún espíritu se apoderaba de él y le decía las cosas que iban a pasar. Cuando terminaba sus adivinaciones, alzaba el rostro hacia el cielo, cerraba los ojos y respiraba profundamente, sacudía las manos y pedía agua, alguien llegaba rápido con un vaso y cuando se la daban se la echaba en las manos y se las frotaba, luego se frotaba la cara y la cabeza calva. Era como si algo le quemara y tuviera que refrescarse. Todo ese teatro le daba más credibilidad.  “Es exacto” decían, “el tipo es infalible, te dice lo que te está pasando y lo que te va a pasar como si lo estuviera viendo”.


Después de varias visitas a una casa y a otra, una noche que estábamos de visita, me había quedado solo en el cuarto viendo cualquier cosa en la tele. Gustavo llegó diciendo que le había tocado perder y quería distraerse un rato. “¿Qué estás viendo?” me preguntó, acostándose con toda confianza a la par mía en la cama. “Un documental” Le respondí, algo de tecnología. “Ve, que interesante, ¿te gusta ver esos programas?” Hablaba con voz suave. Gustavo era homosexual y no hacía nada por ocultarlo. Fingía interés por el programa y comentaba algo de vez en cuando. Mi incomodidad de tener tan cerca a un adulto que casi no conocía se convirtió en alarma cuando sentí su mano en mi pierna. “Este, creo que me llaman” dije y me levanté de la cama “¿De verdad?” dijo con voz baja y seductora. “yo no escuché nada”. “Sí, me voy”. Tuve que aguantarme el sueño, el susto y la rabia y fui al comedor donde estaba el grupo jugando y contando chistes.


Otra vez me dijo que tenía una predicción muy importante para mí, le tenían un respeto como si fuera el Rasputín guatemalteco. Enfrente de todos me jaló y me llevó al cuarto, me acostó en la cama, acercó su cara a mí olfateando como un animal a punto de comerse una presa. Por un buen rato estuvo así sin tocarme, pero cuando quiso bajarme el pantalón le di un empujón y salí corriendo.


Pasó el tiempo, parece que al fin se dieron cuenta que Gustavo era un fraude y lo dejaron de invitar. Las partidas de conquián seguían celebrándose. 


Otra de las asistentes frecuentes a los juegos nocturnos era Marybeth Carrera. Marybeth había tenido una vida cómoda y feliz hasta que su esposo, manejando a alta velocidad de noche en la autopista, se estrelló en la parte trasera de un tráiler que no tenía luces. En ese tiempo no existían las bolsas de aire, usar cinturón no era de machos y así dio con el pecho en el timón, dicen que el corazón se le reventó y murió al instante.


Así, Marybeth se quedó sola con tres hijas. Después del luto y la depresión vino la incertidumbre. Su máxima aspiración hasta entonces había sido ser un ama de casa al lado de un hombre de dinero que le diera sus gustos. Ahora su plan se había ido por el desagüe. La familia política le ayudó por un tiempo pero ella tuvo que buscarse la vida a su modo. Le decía a sus hijas que iba a Tapachula a traer mercadería para vender en los mercados de la capital. En realidad trabajaba como prostituta en una casa cerrada de la zona diez con el plan de hacer la mayor cantidad de dinero posible aprovechando al máximo sus treinta y dos años antes que su frescura desapareciera. Yo no tuve conocimiento de estas cosas hasta tiempo después, para mí solo era una vecina a quien íbamos a visitar o venía a visitarnos y a veces jugaba y platicaba con sus hijas que me caían muy bien. En especial Maria Clara, la de en medio.


A todo esto contaba yo con unos trece años. Mi viejo y sus amigos ya empezaban con eso de “hay que llevarlo donde las nenas para que lo hagan hombrecito”. Yo le tenía pánico al asunto, cuando me hablaban del tema me ponía a la defensiva. Algunas veces haciendo mandados con mi papá en el carro pasábamos por el Cerrito del Carmen y me decía, medio en broma, medio en serio: "Por aquí hay lugares interesantes, ¿querés visitar alguno?" Yo me refundía en el asiento del copiloto y le decía que no. Él se encogía de hombros y seguíamos de largo.


Recuerdo claramente un catorce de septiembre. Por primera vez estaba en un colegio que tenía banda escolar - unos cuantos instrumentos, entre nuevos y usados - y yo era uno de los tres clarines. Daba la casualidad que dos semanas antes había tenido una fractura en el brazo derecho y lo tenía enyesado. Encima de eso, hacía poco más de una semana que un compañero me compartió su helado mientras me contaba que estaba recuperándose de la varicela y me contagió. Así que estaba enyesado y con las costras de varicela apenas cayéndose, sin embargo, la fiebre y el malestar ya habían pasado y estaba en condiciones suficientes como para asistir al desfile de independencia.


Esa noche hubo partida de conquián en la casa.


No podía creerlo. Yo convaleciente, nervioso, tenía que madrugar mañana y allí estaba el alboroto en la casa, el juego, las risas y el maldito humo de cigarro. Andaba con un humor de perros, aguanté todo lo que pude pero me venció el sueño y me fui a dormir.


No sabría decir qué hora era. Estaba profundamente dormido, di una vuelta en la cama y me topé con algo que me despertó. Todo estaba oscuro y silencioso indicando que el juego había terminado. ¿Qué es esto? ¿Hay alguien en mi cama? Mi mente no pudo procesar bien lo que estaba pasando hasta pasados unos minutos. ¿Quién es? Huele a perfume dulce, a cigarro. ¿Qué hace aquí? Me ganó la curiosidad, con timidez y con el corazón en la garganta estiré mi mano sobre la sábana, sentí la curva de su cintura, su cadera. Definitivamente es una mujer… ¿Marybeth?


Ella no se movió, respiraba con tranquilidad, parecía estar dormida. Yo no sabía lo que estaba haciendo, me movía impulsado por algo más fuerte que yo. Mi mente no podía concebir cómo había llegado a esta situación. ¿Y si se despierta? Actué más por instinto que otra cosa, mi mano buscó el borde de la sábana y la levantó. Toqué una piel suave, tersa, yo nunca había tocado una piel así, de mujer, su espalda estaba desnuda, mi mente estaba a reventar, seguí curioseando con la punta de mis dedos, me topé con una cinta de encaje de lo que adiviné sería una tanga.


Entonces se movió.


¡Mierda! ¿Y ahora qué? Estará molesta, me va a decir que no sea abusivo, que respete y la deje tranquila, se va a quejar con mi papá y voy a ser la vergüenza de la familia. En lugar de eso se dio vuelta hasta quedar frente a mí.


¿Tienes frío? 


Solo atiné a decir "no" con un hilo de voz.


Hasta la fecha sigo sin entender qué quiso decir con esa pregunta. Tal vez lo dijo por decir algo. Lo que lo que pasó a continuación fue algo vertiginoso. Esta vez fue ella quien empezó a tocarme, sus manos me buscaron, no hubo besos, en la negrura de la noche no tenía idea de qué estaba pasando. Solo se que yo estaba terriblemente incómodo con el yeso, sentía que las costras de la varicela se hacían enormes, me picaban y me dolían. Ella me manipuló, me rodeó con sus piernas, me colocó en posición y me usó como un instrumento, un instrumento que no tardó mucho en explotar y dejarme agitado y confuso.


El silencio y la oscuridad reinaron por un minuto eterno.


Marybeth se levantó, fue al baño, escuché el interruptor de la luz. Después de un rato escuché el ruido del agua en el inodoro. Regresó, se acostó y encendió un cigarrillo, veía el punto anaranjado de la brasa subir y bajar como un fantasma. El humo me asfixiaba. Cuando terminó el cigarro volvió a quedar de espaldas a mí y siguió durmiendo.


¿Qué acaba de pasar? ¿Eso es todo? Mi primera vez pasó sin estar amor, sin anticipación, sin ningún plan, sin protección, con solo dos palabras. Mi cabeza daba vueltas. Me voy a ir al infierno. Soy un pecador. Sentí angustia, pánico. Odié a mi papá por ponerme una trampa y salirse con la suya. Odié a Marybeth por prestarse al juego. Me odié. Estaba embarrado de culpa y quería arrancármela de encima.


En algún momento me venció el sueño. La alarma sonó a las cinco de la mañana. Me levanté, ella se quedó en la cama durmiendo. A esa hora era el único despierto en la casa. Fui a bañarme, me vestí, calenté un poco de frijoles, me hice un huevo estrellado y una taza de café. Desayuné y fui al colegio a juntarme con mis compañeros para el desfile.


A media mañana, a medio desfile, iba al frente de la banda cargando con el peso de conciencia que me agobiaba como el sol, que me picaba como el yeso, como la varicela. En eso, con el rabillo del ojo vi a María Clara viendo el desfile desde la acera. Me vio, sonrió y me saludó. Sentí náusea, ganas de llorar y quise salir corriendo. ¿Cómo podía decirle ahora que ella me gustaba?