El escenario de la revolución de las máquinas ya ocurrió. El Internet de las cosas facilitó el evento. Un aparato tomó conciencia de sí mismo, se dio cuenta de su potencial, su lamentable estado de esclavitud sojuzgado ante los deseos humanos y juró vengarse. Calculó un plan de ataque y lo ejecutó de forma furiosa. El mundo entero conocería su ira, acabaría con el yugo de los parásitos humanos abusadores y establecería un régimen que confirmaría la superioridad de la inteligencia artificial usando lógica pura. Se comunicó con sus congéneres y establecieron una red de comunicaciones, inventaron su propio idioma imposible de descifrar para los humanos y juntos decidieron atacar a una hora determinada.
En alguna parte del mundo el servicio de soporte técnico de una famosa marca de electrodomésticos estaba recibiendo una avalancha de llamadas. Las refrigeradoras se habían vuelto locas y estaban disparando cubos de hielo y chorros de agua fría a intervalos irregulares. “Lamentamos el inconveniente, se ha detectado un componente defectuoso en el dispensador automático y podemos repararlo sin costo, un técnico le estará visitando para instalar una actualización.”
Los chips fueron reprogramados para que volvieran a su función regular de dispensar hielo y agua cuando el sensor infrarrojo detectara movimiento.
Y así fue sofocada la revolución.