Monólogo de Katana

La trompeta bulle de rémoras y mortajas de esparto,
cuando la noche brota violentando desvanes y
moviendo olas de musgo en ese vacío que
va encontrando su curso.

En la obertura, el aria y el recital de
testas de pedernal, se derrama la baba
de los periódicos neoyorquinos por la mesa
de Alí Babá y sus 40 prostitutas.

Baraja, tornamesa y farol.

El aire filoso destroza los alargados cuellos
de botella y dedos de humo chillante del cigaré 
en labios de la Gran Odalisca.

Cemento.

Los pies se me congelan de sierpes
y los oídos de llanto negro,
rumor de viento de amianto y pared seca,
colágeno de esplín, displicencia en flor.

Fragmentándose las venas con la queja
de un cocodrilo que escribe con las garras
una historia de tragedia de telenovela y chancletas,
de maridos barrigones y saliva de estiércol,
insiste, insiste, el diablo es puerco.

Tengo a los pies de la cama una playa
con objetos olvidados, arrastrándose 
hacia una aurora de smog.

¡Ay la médula del hastío!