Gertrudis

Apareció una tarde sin mucha ceremonia dentro de una caja de cartón. La niña había insistido por mucho tiempo y justo cuando se le había olvidado llegó la mamá con aquel obsequio. ¿Quién sabe? tal vez sería algo bueno para los dos. Nuestra protagonista estaba en plena oscuridad, algo asustada por tanto movimiento y quería salir cuanto antes.

“Tápate los ojos, te traje algo.” dijo la mamá conteniendo su emoción. La niña obediente se sentó en el sillón de la sala, cerró los párpados y se los tapó con ambas manos. Mamá puso la caja en el suelo y la abrió, “Ah, al fin, la luz, esto ya es otra cosa” pensó, la sacaron unas manos delicadas y escuchó una voz: “Extiende las manos, pero no abras los ojos.” la niña estiró sus manos temblorosas y casi se derrite cuando sintió el contacto con un cuerpo suave, tibio, peludo y que no dejaba de moverse. 

“¿Y este humanito?” Pensó el pequeño ser, se acercó con curiosidad a olfatear. La niña no pudo contener la emoción, abrió los ojos, vio su cara muy de cerca, unos ojitos pequeñitos y redondos, y justo abajo un circulo negro que se estrellaba contra su cachete. “Hola, me presento, espero que seamos buenas amigas.” Sintió una nariz húmeda y una lengua que le daba muchos lametones  a manera de saludo. 

La niña estaba extasiada con ese pedacito de ser vivo en sus brazos, no podía creer que después de tanto decirle a su mamá que quería un perrito al fin lo tenía materializado en sus manos. Lágrimas de felicidad recorrieron su rostro. “¿Qué es este líquido? salen gotitas de sus ojos, ¿Qué sabor tendrán?” la perrita las empezó a lamer con gusto. Todo eran risas hasta que mamá se la tuvo que quitar y le dijo que se fuera a lavar la cara.

“Por supuesto que hay reglas:, un perrito es un ser vivo y necesita cuidado, hay que llevarla al veterinario, desparasitarla, ponerle sus vacunas, limpiar cuando haga pipí y popó, sacarla a caminar y mucho más, es una responsabilidad que hay que compartir, ¿Estás de acuerdo?”

A todas estas instrucciones, la niña asentía con un “ajá, ajá”.

Y a todo esto, ¿Cómo le vamos a poner?

La niña contestó con entusiasmo: “Ya lo venía pensando desde hace tiempo, si es hembrita quiero ponerle Lilith”.

La mamá abrió los ojos con asombro, “Y por qué ese nombre?”

“Es que escuché una historia acerca de dónde viene ese nombre y me pareció bien interesante”. Dijo la niña con toda naturalidad.

“A ver, pensemos, el primer nombre que se me ocurre es Gertrudis, suena chistoso y no se de nadie que se llame así. Además, es casi toda blanca, a excepción de este parche cafecito que tiene en la oreja, es casi albina… Albina… ¿te parece? o si te suena muy seco podría ser Rosalbina. Además, el nombre Lilith suena muy como de miedo, podríamos reducirlo a Lili”.

“Lili me gusta.” Dijo la niña.

“Lili Gertrudis Rosalbina.” Dijo la mamá.

Y así quedó bautizada como Lili Gertrudis Rosalbina.

Es cierto que no le decían su nombre completo todo el tiempo, la niña le llamaba Lili y la mamá Gertrudis, al principio la perrita no le puso mucha atención, pero con el tiempo se dio cuenta que cuando los humanos pronunciaban estos sonidos raros la veían a ella y le causaba curiosidad, así que una vez se acercó después de escucharlos y se dio cuenta que la humana empezó a sonreír y darle palmaditas de aprobación. “Hey, parece que les gusta hacer esos sonidos y que yo me acerque, entonces lo haré de ahora en adelante” pensó Lili mientras la niña estallaba de júbilo: “¡Mamá, Lili ya responde a su nombre!”

Cuando por fin la pusieron en el suelo, Lili no sabía muy bien qué hacer o adónde ir, así que decidió explorar los alrededores despacio, olfateando cada centímetro cuadrado del lugar. Algunos espacios eran muy estrechos y no cabía, en otros lugares como debajo de la cama o de algún sillón parecía caber pero luego de un rato se daba cuenta que no podía salir de allí, tal vez se le venía algún recuerdo a la mente, entonces se agitaba y lloraba con desesperación hasta que llegaban a sacarla de donde se hubiese atorado, al sentirse de nuevo protegida en las manos de sus humanas se le pasaba el susto casi de inmediato.

Era ya de noche, le prepararon una cama en una esquina del cuarto de la niña con unas mantas viejas y la depositaron suavemente en ella, apagaron las luces y se fueron a dormir. Lili estuvo quieta un rato, solo un rato, a lo mejor la oscuridad le trajo algún recuerdo de la familia que tuvo hace apenas unos días y le fue arrancada de repente y sintió miedo de estar sola y desamparada, se levantó, dio unos pasos, reconoció el aroma de la humana que la tuvo en sus brazos hace poco y se acercó. “¿Qué es esto?” Se dijo extrañada. “Puedo olfatearla, sé que está cerca, pero algo no me permite acercarme, creo que está arriba, pero está muy lejos.” La niña sintió a Lili lloriqueando abajo en la orilla de la cama y recordó las palabras de su mamá: “No la dejes subirse a la cama, si no luego no se va a querer bajar, tiene que acostumbrarse a dormir en su propio lugar”. Sin embargo, el llanto era tan triste que le partía el corazón. “Lo siento, no puedo, tienes que quedarte en tu cama.” Pero el lloriqueo y los gemidos parecían decir “anda, tengo frío y estoy sola en un lugar que no conozco, hazme un poco de compañía.” Al final la niña no pudo más y dijo: “Bueno, pero solo esta vez, luego te quedas en tu cama, ¿Estamos?”

Como era de esperarse, Lili ya nunca quiso dormir en la camita de la esquina.

Al día siguiente, pasada ya la emoción de la novedad, se dieron cuenta que Lili estaba más bien flaca, con el pellejo pegado a las costillas, le sirvieron un plato de comida y lo devoró como si no hubiera mañana. Lo único que tenía grande era la panza que se bamboleaba de un lado a otro cuando caminaba.

“Mami, ¿por qué tiene esa barrigota cuando lo demás es puro hueso?” Preguntó la niña. A lo que la madre respondió: “Deben ser lombrices, es normal en los cachorritos, por eso la vamos a llevar al veterinario”.

La visita fue corta, después de una inspección no detectaron nada anormal aparte de una ligera desnutrición, la veterinaria les recomendó que primero se le diera un desparasitante y esperasen unos días antes de la siguiente visita cuando ya se le podría poner su primera vacuna. También le dieron un alimento especial que iba a nutrirla algo mejor. También le compraron una pelotita especial para jugar y morder.

De regreso a casa, ya más tranquilas, Lili jugó con su pelota hasta caer agotada y dormida en un rincón cerca de la ventana abierta que justo la bañaba con rayos de sol . Entonces empezó a soñar con su mamá y sus hermanos, estaban todos juntos echados dándose calor y sintió mucha paz. En eso, unas manos frías la arrancaron de su madre y la metieron con sus hermanos en una bolsa plástica negra, todo se volvió oscuridad y confusión, ni ella ni sus hermanos entendían qué estaba pasando, sintieron cómo los cargaron por algún tiempo y luego aventaron la bolsa a un barranco tal vez esperando que murieran asfixiados o golpeados, ahí quedaron sin saber cuál sería su destino. Algo o alguien hizo un agujero en la bolsa, no se sabe si desde afuera o desde adentro, el caso es que podían respirar aunque con mucho esfuerzo, el calor era sofocante y temieron lo peor hasta que unas manos salvadoras abrieron la bolsa y los rescataron. 

Por algún tiempo tuvo el mismo sueño de forma más o menos recurrente, aunque cada vez con menos frecuencia, hasta desaparecer por completo. Pero cuando ocurría, Lili dejaba escapar pequeños gemidos y su cuerpo daba espasmos, como si se estuviera asfixiando. A veces la niña lo notaba y preguntaba a su mamá: “¿Con qué crees que esté soñando Lili?” La madre que no tenía ni idea contestaba por decir algo: “No sé, tal vez sueña que caza mariposas.”