Diálogos de una vagina frígida y su álter ego

Uno.

-Yo vengo del mástil sexual,
del centro del fuego y las volutas de Eros:
soy el germen de la lujuria,
licor de licores.

Mi labio superior suda nicotina
y mi labio inferior hierve en el sado,
mi clítoris lleva por nombre dolor
y me autorretrato en golpes, piruetas y lágrimas
de prostituta.

He parido más turbas que el mismo caos
y mi piel solo conoce de infiernos,
de diablos y de esqueletos sangrantes.

Puedes llamarme nena pero jamás sentirás
el torrente de eyaculaciones
desde mi abecedario si yo no pronuncio tu nombre.

Legiones de voces se abren a mi paso
y yo les prodigo pequeñas huestes de las mieles
que exhalo.

Mi arma siempre está cargada.

Mi deseo siempre está suspendido en el universo.

Yo soy fotógrafa de versos,
malabarista de canciones de amor.

Finjo olvidar y recuerdo todo el tiempo
los olores de los cuerpos sobre los que  he cabalgado
y más aún: los que apenas he podido rozar.

Soy conocida hija del mal, abortada desde el mismo mal.

Soy. ¿Quién soy?-

Dos.

-Soy una vagina-araña recorriendo redes,
mi dócil y frágil pudor se respira
entre los dibujos que pego en los muros
muertos de mi habitación.

Conozco el idioma de los amantes
por lo que escucho detrás de las puertas,
ese murmullo leve que se levanta a veces
como agua turbia entre pezones.

Tengo la posibilidad de maldecir y seguir
huérfana de los golpes que marcan mis labios,
de la punzada caliente de un hierro
que me haga gemir como vagina de ama de casa, deseada
por su marido.

Lloro entre el llanto, me quejo desde la queja,
languidezco entre los muslos de aquel a quien torturo
en la almohada y quien me tortura desde su puño.

Alguna vez quise jugar a ser Judas
abofeteando y vociferando desde un trono de papel
y fui consumida por el incendio prohibido del verso.

Cuando papá me hizo morder la manzana incestuosa
vi mi dentadura romper mi cetro y corona…

Pero todo eso fue un sueño, todo eso resultó ser
una carta astral, escrita por el puño de una Eva
expulsada de las sábanas del Adán traidor.

Algo que dejé puesto entre mis calzoncitos de encaje
y mis lubricaciones escuálidas.

Me da miedo mostrar el horror de mi mortalidad…

En un espejo…él me dice: “¡ábrete bien!”
y yo trato de hacer palpitar su falo
con el poco pulso que tengo.

Legiones de voces me gritan desde
mi propia frigidez que soy un verbo exangüe.

Pero nadie debe saberlo.

Ella muestra su cuello cálido,
ella muestra sus ojos pérfidos,
ella muestra  medio rostro a carbón
y yo solo existo entre sus frases rojas
escritas con la palidez de mi angustia
y mi desesperación.


No soy. ¿Quién he soñado que soy?