Divina justicia

-Si me tocara atenderlo, lo dejaría sufrir hasta la muerte-, pensó un médico quien hacía guardia durante la noche en un hospital público al referirse al exdirector de ese lugar, arrestado por un caso de corrupción, mientras lo veía en el telenoticiero pidiendo a un juez que lo dejara salir porque estaba enfermo. 

-Si, dejaría que se quedara sin oxígeno, vería cómo sus ojos se llenarían de sangre y cómo clamaría por ayuda, esperaría a que pidiera perdón por todo lo que hizo y finalmente apagaría el respirador para dejarlo morir en su miseria-. Absorto en sus fatales ideas, el joven médico no advirtió que la providencia le entregaría en esa lluviosa noche al exdirector convaleciente para que hiciera real esa fantasía que le carcomía la mente. Lo vio pasar en la camilla llevado por sus colegas hasta el pasillo del fondo. Trató de acercarse pero la ansiedad le revolvía el estómago. Con las náuseas de la rabia, avanzó para cumplir el deseo. Frunció el ceño, tenía que parecer enojado, quería estar molesto, había perdido seis años de su vida profesional por culpa del señor ese que yacía al final del pasillo. Quería sentir en su interior un odio tan incontenible que pudiera percibirse en todo el hospital y que cuando alguien preguntara por qué esa persona emana tanta maldad dentro de su ser, otros, los que decían conocerle, debían decir a la concurrencia intrigada que ahí camina el hombre que ha sufrido los embates de la injusticia en carne propia, que los tribunales y las condenas son para gente pobre, las prisiones y juzgados son solo para personas sin recursos, para los traicionados al firmar papeles que no debían firmar, a quienes les obligaron a decir cosas que no debían decir y luego a tener que aceptar sentencias que no querían aceptar.

Los recuerdos se agolpaban en su cabeza y su pecho volvía a sentir la inseguridad del pasado, de su juventud. Interrumpió sus miedos y tristezas, abandonó el llanto, retorció sus ideas y caminó sin temor hacia la camilla donde yacía el exdirector, ese hijo de puta que tanto daño hizo. Llegó finalmente, pero no pudo avanzar. De nuevo sus temores podridos trataban de impedir que abriera la cortina, pues temía deslizar con sus manos el frío plástico, acercarse al área aislada donde yacía el tipo. 

Lo vería sufrir y disfrutaría la falta de oxígeno. Caminaría. Estaría frente a él. Lo despertaría tocándole un brazo. -Señor, ¿me recuerda? diría y cuando éste abriera los ojos con la impresión dramática de un mal actor de cine, se abalanzaría sobre su cuello, lo estrangularía hasta escuchar cómo los hueso se fragmentan en mil pedazos entre sus dedos. Pero, no era posible. La débil puerta de plástico era tan impenetrable, como un muro de hierro que el aire hace danzar. 

Las luces comenzaron a parpadear, un fallo en la electricidad le despertó de su letargo y optó por caminar hacia el otro lado. Caminó durante minutos pensando en las probabilidades de asesinarlo y salir indemne del acto. De pronto, la conmoción y el bullicio le alertó, pues sus colegas apresuraban la marcha hacia el área donde permanecía el exdirector. -Está muerto-, dijo un médico quien dejó soltar un leve llanto y otros le acompañaron en su dolor. Más del alguno quiso aplaudir y otro gritar de júbilo y alegría, pero pese a que las ideas asesinas acompañen nos persigan en sueños, en esos caminos mentales que muchos no desean recorrer, todos sienten ese respeto por el vacío que deja la muerte en los lugares donde pasea con su guadaña. El médico que soñaba con el asesinato estaba sorprendido por lo ocurrido y comenzó a sentir culpa pues un fuego interno quería envolverlo en una risa perpetua de satisfacción por la inexistencia ya de un ser tan despreciable, pero su corazón se ahogaba en un mar de inquietudes, pues ese deseo tan intenso de matarle se volvió una realidad. Y tan real sentía la muerte que sintió que él mismo le había asesinado.

Cubrieron el cuerpo con una sábana blanca. Llamaron a un paciente que decía ser pastor y comenzó a pedir por el alma del exdirector, para que encontrara el camino hacia el Señor. Los médicos levantaban sus brazos y el joven doctor no soportó la escena salió del área. Llamó a su madre y le contó que el hombre que causó tanto sufrimiento en la familia no lo haría más - Gracias a Dios-, dijo la madre. Pero estaba engañado si creía que su miseria acabaría con la muerte del exdirector, pues un abogado astuto pidió la revisión de las cámaras de seguridad y en ellas aparecía el joven médico de pie frente a la puerta tratando de ingresar al área. Luego, ocurre el desafortunado corte de energía. La imagen se apaga y al reactivarse se ve al médico alejarse, poco después, cuando el joven médico caminaba confundido en el fondo del pasillo, los doctores encuentran al exfuncionario fallecido. El joven tenía motivos, dijeron los fiscales, y pese a que titubearon con la idea de una divina justicia (pues no había más prueba que un video que no convencía a nadie), la ley es la ley sobre todo cuando tiene un precio, cuando se busca a un culpable, pues la justicia y la prisión no solo es para la gente pobre, también para quien no debían estar en el momento en el que la vida cobra venganza de forma natural.

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